“Los cielos” es una expresión bíblica reiterada. Plural que cobra importancia y no debe verse como algo incidental. En la Biblia no se trata, pues, del “cielo” en singular, sino de los cielos. Y el plural no se utiliza para dar cuenta tan solo de la vastedad y el tamaño del universo, sino que tiene significación teológica más exacta. Así, la expresión “los cielos” abarca tres niveles. El primero es el cielo azul, es decir la capa gaseosa que rodea la superficie de la Tierra permitiendo y sustentando en ella la vida en todas sus formas, como parte de la llamada “biosfera”. El segundo cielo es la totalidad del vasto y casi delirante espacio sideral exterior de vértigo que nos rodea por todos lados con sus enormes cuerpos celestes como las estrellas, galaxias, nebulosas y demás, también necesarias para que haya vida en este planeta azul, según lo ha establecido la ciencia por medio del llamado “principio antrópico”. Estos dos primeros pueden ser ubicados espacialmente. Pero el tercero y último no, pues designa la indefinible morada de Dios, es decir el “lugar”, si se quiere, en donde Él hace presencia de una manera tan manifiesta que este cielo adquiere una significación cualitativa incomparable e insuperable de lejos con nada de este mundo. El mismo que el apóstol menciona, refiriéndose con modestia a sí mismo en tercera persona: “Conozco a un seguidor de Cristo que hace catorce años fue llevado al tercer cielo (no sé si en el cuerpo o fuera del cuerpo; Dios lo sabe). Y sé que este hombre (no sé si en el cuerpo o aparte del cuerpo; Dios lo sabe) fue llevado al paraíso y escuchó cosas indecibles que a los humanos no se nos permite expresar” (2 Corintios 12:2-4)
El tercer cielo
“El primer cielo es la atmósfera. El segundo, el espacio sideral. Pero el tercero es el auténtico y anhelado paraíso de Dios”
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