En su providencial papel de servir de medio de contraste para que la verdad resalte con mayor claridad, la mentira exhibe siempre en mayor o menor grado inconsistencias que la delatan. Es por eso que al tratar de dejar sin piso los hechos que dan pie al cristianismo, sus detractores terminan, aún a su pesar, prestándole un servicio al cristianismo, pues sus ataques y planteamientos son tan endebles que, vistos de manera objetiva y desprejuiciada, inclinan la balanza hacia el cristianismo y no en contra de él. Y es que, aunque el cristianismo trasciende la historia, no deja por ello de ser histórico y, por lo mismo, susceptible de investigación y verificación. Y quienes se embarcan en este propósito, aunque lo hagan con el deseo de desvirtuar la veracidad de los hechos cristianos, si son honestos terminaran convencidos de todo lo contrario y se verán abocados a colocar su fe en Jesucristo sin excusas ni pretextos. Y es que cuando nos aplicamos a la búsqueda de la verdad con humildad, diligencia, honestidad y, sobre todo y antes que nada, con el deseo y la voluntad de ajustar todo lo que podamos nuestra conducta y nuestras vidas a ella, veremos el cumplimiento de lo dicho por el Señor: “El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17), declaración ratificada y complementada de un modo concluyente por el apóstol Pablo con estas palabras: “Pues nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad” (2 Corintios 13:8)
La mentira: medio de contraste
“Los intentos de sus detractores por dejar sin fundamento al cristianismo son tan inconsistentes que logran el efecto contrario”
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