El machismo es una perversión del plan original de Dios para la pareja y la sociedad en general y, como tal, es un resultado de la caída en pecado de nuestros primeros padres, que trajo como consecuencia la siguiente sentencia: “A la mujer dijo: En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti” (Génesis 3:16 LBLA). Y es que el hombre y la mujer fueron creados originalmente por Dios con igualdad de derechos, pero con diferentes, pero muy necesarios y complementarios roles, diseñados para constituir un muy armonioso y eficaz equipo en el que ambos se sintieran plenos y realizados al lado del otro, pero la caída malogró este cuadro. Del mismo modo, el feminismo, justificada reacción a las actitudes e injusticias hacia las mujeres propiciadas por el nefasto machismo, se ha extralimitado al irse al otro extremo y eliminar las obvias e ineludibles diferencias psicológicas entre el hombre y la mujer e incluso las físicas, a la sombra de las descabelladas y antinaturales pretensiones de la ideología de género con la que los sectores más radicales del feminismo se han aliado. Pero en el evangelio, si bien no se suprimen los roles originales asignados al hombre y a la mujer, sí se depuran de todos los lastres que arrastran a causa del machismo o el feminismo indistintamente, puesto que no puede negarse que: “… en el Señor, ni la mujer existe aparte del hombre ni el hombre aparte de la mujer. Porque así como la mujer procede del hombre, también el hombre nace de la mujer; pero todo proviene de Dios” (1 Corintios 11:11-12)
La igualdad del hombre y la mujer
“La dependencia mutua entre el hombre y la mujer no le permite a ninguno de los dos reclamar superioridad sobre el otro”
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