La oración es un recurso eficaz para cambiar favorablemente nuestro entorno en el contexto de la buena voluntad de Dios. Pero los cambios para bien a nuestro alrededor comienzan con nuestra propia transformación personal. Por eso la oración, además de ser una humilde y confiada apelación a Dios, debe ser también una oportunidad para examinarnos a nosotros mismos, permitiendo que Dios nos moldee a través de ella. Y el mejor criterio para examinarnos a nosotros mismos cuando oramos es el Padre Nuestro, la oración modelo dada por el propio Señor Jesucristo a su iglesia. El Padre Nuestro no es entonces una oración para repetir, sino para vivirla. A través de ella podemos examinar, valorar, mejorar o corregir nuestra relación filial con Dios (Padre); nuestra comunión fraternal con los hermanos (nuestro); nuestra perspectiva celestial en el mundo (que estás en el cielo); nuestra santidad personal (santificado sea tu nombre); nuestra sujeción a las autoridades (venga tu reino); nuestra disposición a aceptar de buen grado la voluntad providencial y soberana de Dios (hágase tu voluntad); nuestro interés en las necesidades ajenas (Danos hoy nuestro pan cotidiano); nuestras buenas relaciones con los demás (Perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores); nuestra actitud alerta y vigilante ante la tentación (Y no nos dejes caer en tentación); y nuestra toma de partido en contra del maligno (Sino líbranos del maligno), dando así cabal cumplimiento a la recomendación paulina: “Si nos examináramos a nosotros mismos, no se nos juzgaría” (1 Corintios 11:31)
Examinándonos a la luz del Padre nuestro
“La oración es uno de los recursos para examinarse y disponerse ante Dios a corregir por las buenas todo lo que necesite serlo”
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