Sergey, un cristiano del común que vivió el cambio entre la coerción y persecución sistemática al cristianismo propia de los tiempos de la Unión Soviética y su posterior desintegración con la caída del comunismo, hacía esta confesión como producto de su reflexiva y honesta consideración entre el estado de la iglesia con anterioridad y posterioridad a estos eventos, concluyendo que: “Parece que manejamos la persecución mejor que la prosperidad”. De hecho, el historiador Paul Johnson nos informa que a lo largo de la historia del judaísmo y a partir del exilio babilónico ha existido en él una fuerte corriente que ve siempre con sospecha el poder y el triunfalismo político, pues vislumbra en ello una amenaza contra la pureza y fidelidad del pueblo hacia Dios urdida por Satanás para fomentar sutilmente la relajación y el alejamiento de Dios entre su pueblo. Un amplio sector de la iglesia primitiva, con los monjes a la cabeza, también llegó a la misma conclusión al observar la inquietante transformación que aquella sufrió cuando el emperador romano Constantino promulgó el “Edicto de Tolerancia”, al amparo del cual cesó formalmente la persecución y la iglesia comenzó a detentar poder político en detrimento de la autoridad moral que había exhibido y ejercido durante los tiempos de la persecución. Ya lo dijo Dios: “Yo te hablé cuando te iba bien, pero tú dijiste: “¡No escucharé!” Así te has comportado desde tu juventud: ¡nunca me has obedecido!” (Jeremías 22:21). Al fin y al cabo: “Así mismo serán perseguidos todos los que quieran llevar una vida piadosa en Cristo Jesús” (2 Timoteo 3:12)
La engañosa prosperidad
“La iglesia suele ser más pura y consagrada cuando está bajo persecución que cuando se halla en la prosperidad”
Cuando estamos ciertos de que la prosperidad es un regalo de Dios, con mayor razón debemos rendirnos a el ostentando solamente la verdad que para nosotros representa todo lo que con El tiene que ver.