Una de las acusaciones dirigidas por los paganos en contra del cristianismo durante los primeros siglos de la era cristiana era, paradójicamente, la acusación de ateísmo, debido a que el cristianismo negaba la existencia de los muchos dioses de las religiones paganas y condenaba, por tanto, el culto a ellos dirigido. Por eso, el enfrentamiento entre el cristianismo y el marxismo debido al ateísmo a ultranza de este último debe matizarse un poco y verse con beneficio de inventario, pues, como lo dice el historiador Paul Johnson al referirse a Marx: “Su milenio comunista arraiga profundamente en la apocalíptica y el mesianismo judíos”. Es lógico, entonces, que muchas de las ideas rescatables del marxismo hayan sido retomadas por teólogos cristianos. Entre éstos, el teólogo checo Josef Hromádka sostenía incluso que el dios cuya existencia los marxistas niegan no es el Dios cristiano, sino que se trata más bien de un dios como los ídolos a quienes los profetas de la Biblia ya atacaron, por lo que el cristianismo debería, hasta cierto punto, hacer causa común con el marxismo para denunciar y combatir juntos el culto a estos dioses que se está reciclando continuamente de nuevas formas, tal vez más sofisticadas, pero que al final no son más que la vieja elaboración de ídolos emprendida por los seres humanos y descrita así por el profeta: “»Así dice el Señor, el Señor Todopoderoso, rey y redentor de Israel: ‘Yo soy el primero y el último; fuera de mí no hay otro dios. ¿Quién es como yo?… ¿Hay algún Dios fuera de mí?… Los que fabrican ídolos no valen nada; inútiles son sus obras más preciadas…” (Isaías 44:6-20)
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