El propósito que Dios tenía en mente cuando envío a su Hijo a hacerse hombre por nosotros no era tan sólo lograr nuestra salvación. Era hacer posible la llamada “comunión de los santos”. No se justifica, entonces, que un creyente prescinda voluntariamente de la comunión. Porque la fortaleza de la iglesia radica, en primera instancia, en la comunión con Cristo, pero también en la comunión con los hermanos que Cristo hace posible y que no podemos despreciar impunemente. La práctica actual de la comunión en la iglesia, por imperfecta que sea, es la mejor forma de prepararse para la comunión perfecta que un día disfrutaremos como propósito final de la vida cristiana. Esa misma comunión que hará que en el reino de Dios no exista estado conyugal, pues en él la comunión será tan plena entre todos los hijos de Dios que las relaciones anteriores entre padres e hijos y cónyuges, por buenas que hayan sido, estarán mandadas a recoger, pues ninguna de ellas podrá compararse con la relación fraternal que disfrutaremos, sin celos ni egoísmos y con un verdadero y puro amor desinteresado de los unos por los otros, sin exclusividades, exclusiones, ni favoritismos de ningún tipo. En el mundo venidero todos seremos ante todo hermanos disfrutando de la más pura y perfecta comunión y la única relación conyugal que existirá será la de Cristo, el esposo, con su esposa, la iglesia. Pero mientras tanto: “¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía!… Donde se da esta armonía, el Señor concede bendición y vida eterna” (Salmo 133:1-3)
La comunión en la iglesia
30 mayo, 2021
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“La comunión con todo y sus defectos es necesaria, al punto que es preferible una comunión deficiente a una total ausencia de ella”
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Sobre el autor
Arturo Rojas
Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.
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