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Justicia y ley de Murphy

“Nos acostumbramos tanto a un trato bueno que no nos merecemos que cuando recibimos el mal que merecemos nos quejamos sin causa”

Si se tratara de sufrir de manera merecida, el único ser humano que no ha hecho ningún mérito para ello es Cristo. Todos los demás hemos hecho méritos de sobra para el sufrimiento, algo que con frecuencia tendemos a olvidar o minimizar, inventando todo tipo de racionalizaciones para eludir esta verdad al punto que, de manera descarada, llegamos incluso a trivializarla con humor. Una de las más conocidas trivializaciones populares de esto es la que surge de la conocida “ley de Murphy” que afirma que “si algo puede salir mal, saldrá mal”, formulación básica de esta ley de la que se derivan una gran variedad de divertidos y más o menos conocidos ejemplos y corolarios extraídos de la vida cotidiana, tales como “la tostada siempre caerá del lado de la mantequilla”, “las otras filas siempre irán más rápido” o “si necesitas el baño con urgencia, estará ocupado”. Pero visto seriamente, la ley de Murphy debería ser la ley de la vida, pues no se trata de que las cosas salgan mal sin justa causa, sino que salen mal porque de un modo u otro mereceríamos que salieran mal. El pecado humano es una realidad universal que, en una muy razonable y comprensible relación de causa y efecto, explica por qué las cosas salen mal. Después de todo el sufrimiento no es más que el justo resultado de tener que asumir con la seriedad del caso las consecuencias de nuestros pecados, como lo indica el profeta: “¿No es acaso por mandato del Altísimo que acontece lo bueno y lo malo? ¿Por qué habría de quejarse en vida quien es castigado por sus pecados?” (Lamentaciones 3:38-39)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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