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Inocencia y madurez

“No lograremos por ahora la inocencia de Adán y Eva antes de la caída, pero podemos alcanzar la madurez que ellos no tuvieron”

Decía el teólogo Paul Tillich que Adán y Eva fueron creados en un estado de “inocencia soñadora”, como niños que, a pesar de poseer antes de la caída la condición biológica de una pareja adulta y una creciente vocación y potencial para alcanzar la perfección humana, carecían, sin embargo, de madurez, algo que únicamente el tiempo y la experiencia podría brindarles. A partir de la caída esa inocencia inicial se perdió y desde entonces ningún adulto humano puede alegar inocencia, y los niños sólo pueden alegarla por un tiempo en virtud de su inmadurez y nada más. Sin embargo, en el evangelio Cristo nos ofrece la posibilidad de reconciliarnos con Dios, siendo perdonados, justificados y declarados inocentes en el tribunal divino para, en esta ventajosa condición y a pesar de que por lo pronto ni siquiera la redención nos faculte para ser absolutamente impecables e inocentes, cultivar y avanzar mediante la vivencia cristiana hacia una fe íntegra y solventemente madura que Dios aprueba y que nos define a tal punto que podremos conservarla y reafirmarla por toda la eternidad en Su reino establecido en Su segunda venida. Razón de más para atender con prontitud la instrucción que nos dirige: “Por eso, dejando a un lado las enseñanzas elementales acerca de Cristo, avancemos hacia la madurez. No volvamos a poner los fundamentos, tales como el arrepentimiento de las obras que conducen a la muerte, la fe en Dios, la instrucción sobre bautismos, la imposición de manos, la resurrección de los muertos y el juicio eterno. Así procederemos, si Dios lo permite” (Hebreos 6:1-3)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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