Como si no bastara la identidad y el carácter de Quien los hace, promesa y juramento respaldan también el cumplimiento de los anuncios de bendición de parte de Dios. Algo que no deja de ser sorprendente, pues: “Los seres humanos juran por alguien superior a ellos mismos, y el juramento, al confirmar lo que se ha dicho, pone punto final a toda discusión. Por eso Dios, queriendo demostrar claramente a los herederos de la promesa que su propósito es inmutable, la confirmó con un juramento. Lo hizo así para que, mediante la promesa y el juramento, que son dos realidades inmutables en las cuales es imposible que Dios mienta, tengamos un estímulo poderoso los que, buscando refugio, nos aferramos a la esperanza que está delante de nosotros. Tenemos como firme y segura ancla del alma una esperanza que penetra hasta detrás de la cortina del santuario, hasta donde Jesús, el precursor, entró por nosotros, llegando a ser sumo sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Hebreos 6:16-20). Dios, el Dios inmutable, vivo y verdadero que no cambia ni puede mentir, confirma, además, sus promesas mediante juramento, pero al no poder jurar por nadie superior, lo hace por sí mismo. Todo lo cual se constituye en un estímulo poderoso para la vida de fe y las expectativas y esperanzas que tenemos en Él para esta vida, pero en especial para la venidera. Las promesas de Dios deben, pues, cumplir en nuestras vidas el propósito que un ancla cumple para una embarcación: mantenernos seguros, firmes y estables en medio del oleaje a veces amenazante y las veleidades y volubilidades de esta vida
Firme y segura ancla del alma
“La esperanza del cristiano no puede ser más firme, pues si no bastara con la promesa está ratificada con el juramento de Dios”
Deja tu comentario