Dios es Padre para los creyentes, pero antes de eso, es Juez también para todos los hombres. Y en relación con sus hijos, su condición de Padre no suprime la de Juez. Sin embargo, la paternidad de Dios sobre los suyos si matiza su juicio sobre ellos, como lo indica Pablo al revelarnos: “pero si nos juzga el Señor, nos disciplina para que no seamos condenados con el mundo” (1 Corintios 11:32). El juicio de Dios sobre los suyos es, pues, un juicio disciplinario de carácter provisional y correctivo, pero nunca un juicio condenatorio de carácter definitivo, como sí lo es, lamentablemente, para quienes no se reconcilian con Él mediante la fe en Cristo. Es el juicio disciplinario legítimo al que todo hijo debería tener derecho de parte de su padre para lograr enderezar la senda y corregir lo deficiente en su vida y poder así, a la postre, disfrutar de la plena bendición de Dios en este mundo y más allá de él, en posesión ya de un carácter maduro que pueda asimilar las bendiciones de lo alto sin que lo desvíen de sus compromisos, lealtades y obediencia para con el Padre. Esa es la razón por la cual muchos judíos piadosos afrontaron el holocausto nazi entonando su profesión de fe mientras se los empujaba hacia las cámaras de gas, en la convicción de que el castigo que se les infligía era obra de Dios y constituía en sí mismo la prueba de que él los había elegido y que, más allá de estar irritado con ellos y antes de eso, Él estaba sufriendo con ellos, pero con todo y ello debería depurarlos y purificarlos de este modo, en confirmación de Amos 3:2: “«Solo a ustedes los he escogido entre todas las familias de la tierra. Por tanto, les haré pagar todas sus perversidades»”.
Disciplina provisional o castigo definitivo
“El justo juicio de Dios sobre los suyos no es algo definitivo, sino una manera más de reforzar y confirmar nuestra redención”
Deja tu comentario