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En poder de nuestras iniquidades

“El pecado ejerce un poder tan opresivo en la vida del pecador que el pecado mismo se termina convirtiendo en su propio castigo”

El aprendiz de brujo en la obra de Goethe del mismo nombre, clamaba así a su maestro: “Maestro, ¡vivo en profunda angustia! No me puedo librar de los espíritus que he conjurado”. En la misma línea, Agustín de Hipona afirmaba que el pecado se convierte en el castigo del pecado. Porque si bien los pecados en principio le pueden parecer al ser humano un deleite, en último término y de manera invariable terminan providencialmente transformados en instrumentos de castigo divino. Al incurrir en el pecado, terminamos luego siendo sus víctimas, clamando para librarnos de él, ya plenamente conscientes del daño profundo que nos causa. Podría decirse que el pecado es un tirano que paga con la muerte a los que le sirven. Porque en el mismo momento en que le damos cabida en nuestra vida, con él viene incorporado también el castigo que ese pecado amerita. El mismo estado en que el pecado nos sume es ya, de cierta manera, el castigo que el pecado merece. Dios no tiene que intervenir directa ni activamente para castigar el pecado, sino simplemente, hacerse a un lado y dejarnos marchitar en poder de las iniquidades que nosotros mismos hemos escogido. En efecto, el pecado da lugar a sutiles o evidentes círculos viciosos que van siempre de mal en peor y terminan consumiendo la vida de sus víctimas, quienes son cada vez más impotentes para romperlos, dándole la razón a la sobrecogedora declaración del profeta: “Nadie invoca tu nombre, ni se esfuerza por aferrarse a ti. Pues nos has dado la espalda y nos has entregado en poder de nuestras iniquidades” (Isaías 64:7)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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