El juicio divino en la forma del diluvio universal sobre la humanidad caída que se había corrompido ya para ese entonces a niveles intolerables, no fue abrupto, imprevisto ni arbitrario. Si bien los evangelios pueden dar esa impresión cuando el Señor habla sobre el carácter sorpresivo de su regreso comparándolo con la manera en que el diluvio sorprendió a la gente del tiempo de Noé en sus actividades cotidianas sin estar preparadas para él, eso no fue por falta de avisos al respecto, sino porque, al igual que sucede con Cristo, la gente no le prestó atención a estos repetidos y reiterados anuncios. De hecho, se dice, por una parte, que: “… en los días de Noé… Dios esperaba con paciencia mientras se construía el arca” (1 Pedro 3:20) y que, en su tiempo Noé fue un: “… predicador de la justicia” (2 Pedro 2:5), lo cual implica que proclamaba el juicio que se acercaba a sus contemporáneos, sin que ellos le dieran crédito. Algunos especulan, basados en el tiempo que parece que le tomaría construir el arca, que duró entre cien y ciento veinte años haciéndolo, aunque esto no deja de ser conjetural y no es seguro, pero lo que sí es cierto es que el diluvio fue anunciado con suficiencia y cumplido el término, sucedió sin más espera: “Porque dentro de siete días haré que llueva sobre la tierra durante cuarenta días y cuarenta noches, y así borraré de la faz de la tierra a todo ser viviente que hice»… Cuando Noé tenía seiscientos años… se reventaron las fuentes del mar profundo y se abrieron las compuertas del cielo. Cuarenta días y cuarenta noches llovió sobre la tierra” (Génesis 7:4, 11-12)
En los días de Noé
“El diluvio ilustra la paciencia de Dios para con la humanidad, pero también que cuando no le prestamos atención sus juicios llegan sin más aviso”
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