Renovación es el nombre que recibe una de las dinámicas divinas en el creyente a las que la fe en Cristo da lugar. Una dinámica que está llamada a operar continuamente, de manera cotidiana, sutil y por momentos, casi imperceptible en la vida práctica del cristiano, de una forma permanentemente dosificada por el Espíritu Santo como parte fundamental de la creciente labor de santificación que Él lleva a cabo en los miembros de la iglesia que se disponen a ello mediante su consciente sujeción a Dios y la voluntaria rendición a Él en la persona de Su Espíritu para dejarse moldear por Él. Y aunque esta renovación no involucra, por lo pronto, los cuerpos físicos de carne y hueso de los creyentes, que siguen invariablemente el ciclo de crecimiento y deterioro que caracteriza a todas las cosas en las condiciones actuales de la existencia, en lo que se designa como “entropía”; debe, sin embargo, tener un efecto favorable en todos los aspectos de sus vidas, tales como su forma de pensar, su forma de hablar o de callar y lo que finalmente hacen o dejan de hacer. Pero la renovación tiene su principio y principal escenario de actividad en nuestra forma de pensar y nuestras actitudes ante la vida, capacitándonos para ver a Dios actuando para nuestro bien en dónde antes no lográbamos verlo. Por eso: “Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida por los deseos engañosos; ser renovados en la actitud de su mente; y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad” (Efesios 4:22-24)
El ropaje de la nueva naturaleza
“Tener una mente renovada implica poder ver la mano de Dios en aquello en lo que antes estábamos tan ciegos que no podíamos verla”
Deja tu comentario