Las dos grandes divisiones de la Biblia conocidas como Antiguo y Nuevo Testamento respectivamente, suelen ser designadas también como Antiguo y Nuevo Pacto. Así, pues, el Antiguo Pacto es aquel que Dios suscribió particularmente con el pueblo de Israel al elegirlos por encima de los demás pueblos y revelarse a ellos mediante la Ley de Moisés, que nos da a conocer Su voluntad y lo que Dios espera de nosotros en cuanto al cumplimiento y obediencia a ella. Pero el Antiguo Pacto, siendo bueno al enseñarnos lo que debemos hacer para alcanzar la aprobación de Dios y disfrutar de este modo de su bendición sobre nuestras vidas, tenía el gran problema de que no nos confería el poder que nuestra voluntad requiere para obedecerlo como corresponde. Es por eso que se requería un Nuevo Pacto mejor que el Antiguo. Un pacto que ya no abarcaría únicamente al pueblo de Israel, sino a personas de toda tribu, pueblo, lengua y nación del mundo que colocaran su fe y confianza en lo hecho por Cristo a su favor con Su muerte y Su resurrección y en el que Él se compromete a otorgarnos la dotación de poder necesario para obedecer con creciente y satisfactoria solvencia Su voluntad, anunciado ya por los profetas con estas puntuales y esperanzadoras palabras: “»Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel –afirma el Señor -: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo…para que cumplan mis decretos y pongan en práctica mis leyes. Entonces ellos serán mi pueblo, y yo seré su Dios” (Jeremías 31:33; Ezequiel 11:20)
El poder para obedecer
“Cristo no sólo nos revela lo que debemos hacer sino que inclina y faculta nuestra voluntad para que podamos hacerlo”
Excelente, hermano. Estoy publicando sus artículos en mi perfil. Son muy bíblicos y edificantes.
Por otra parte, me gustaría tener aceso a los estudios bíblicos.
Bendiciones, y adelante con Cristo.
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Confío en que entenderá. Bendiciones