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El nacimiento más grande y definitivo

“El nacimiento definitivo que establece sin lugar a dudas que Dios no se rindió con la humanidad es el nacimiento de Jesucristo”

El evolucionista J. B. S. Haldane tuvo que reconocer que: “Desde el punto de vista de las ciencias físicas, el mantenimiento y la reproducción de un organismo vivo es nada menos que un milagro”. En efecto, la naturaleza surte cada día los medios para sustentar la vida, como también para renovarla cuando es necesario mediante la reproducción de los seres vivos. Pero el hecho de que sea un proceso natural y habitual no debe hacernos perder de vista los complejos, sorprendentes y maravillosos procesos físicos y químicos involucrados en la reproducción de un organismo vivo, que hacen que no sea desatinado referirse al nacimiento de cualquier ser vivo como nada menos que un milagro. Milagro que, en el caso del ser humano cobra mayor relevancia. Tanta que el nacimiento de un niño debería ser una ocasión de gozosa expectativa, al margen de las circunstancias. Porque en cualquier caso un nacimiento es sinónimo de esperanza y demuestra que Dios no se ha rendido con la humanidad. Quienes padecen esterilidad lo saben mejor que nadie y entienden que la fertilidad es una bendición de Dios. La Biblia afirma que nacemos con un plan trazado para nuestra vida, diseñado para que no pasemos sin pena ni gloria por el mundo. Pero a la luz de sus resultados, el nacimiento más grande de todos es sin duda el del Señor Jesucristo, anunciado así por el profeta: “Porque nos ha nacido un niño, se nos ha concedido un hijo; la soberanía reposará sobre sus hombros, y se le darán estos nombres: Consejero admirable, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz” (Isaías 9:6)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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