Si bien es siempre recomendable y provechoso que el creyente esté en condiciones de argumentar con solidez a favor del evangelio, también lo es que la actitud adecuada al hacerlo es fundamental para que nuestra argumentación a su favor sea más eficaz y convincente. Debemos recordar que en el cristianismo el amor, el respeto y la consideración hacia nuestro interlocutor puede lograr más que el mejor de los argumentos expuesto con la actitud incorrecta. Nuestro objetivo no es, pues, ganar la discusión, sino ganar a la persona y en ese propósito debemos tratar de buscar puntos de contacto y de acuerdo con nuestro interlocutor, haciéndole todas las concesiones que podamos, sin sacrificar necesariamente nuestras convicciones en el proceso. Esto no es fácil y requiere preparación, no sólo en estudio, sino en oración y comunión con Dios, quien puede moldear nuestro carácter y sensibilizarnos a Su guía de manera que estemos dispuestos a veces incluso a perder la discusión, si con ello podemos ganar a la persona. El apóstol Pablo fue un modelo a imitar en todo esto, siendo consecuente con su conocida advertencia de que, sin ser malo en sí mismo, la adquisición de conocimiento conlleva siempre el peligro de envanecerse con él y dejar de lado el amor en el proceso. Carlos Díaz tituló uno de sus libros con la frase El don de la razón cordial, es decir la razón que procede del corazón y no de la cabeza, que es la que se requiere en el creyente a la hora de argumentar a favor del evangelio, pues: El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron” (2 Corintios 5:14)
El amor de Cristo nos obliga
“No son los argumentos los que derriban la animosidad, las prevenciones y los prejuicios en contra del evangelio, sino el amor”
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