Dando por sentado lo establecido ya en el sentido de que la fe exhibe a su favor, más que pruebas o demostraciones concluyentes e indiscutibles con fuerza de ley, evidencias acumulativas que hacen muy razonable y bien fundamentada la decisión de creer y confiar en Dios; hay que puntualizar ahora que, a la luz de lo anterior, es apenas obvio que por su misma naturaleza la fe se apoye, sin embargo, más en las cosas que no se ven que en las que se ven, es decir en las cosas que no son inmediata o actualmente perceptibles para los sentidos al punto de poder verlas, escucharlas, palparlas, olerlas y gustarlas de tal manera que sean prácticamente incuestionables y no den, por tanto, ninguna opción de elegir. Ahora bien, eso no significa que estas realidades no existan, sino que son realidades que aún no se han realizado en el tiempo y debemos, entonces, mantenernos a su espera de manera firme y paciente o que no tenemos aún las facultades necesarias para percibirlas, que nos serán otorgadas en su momento por Dios, como lo hizo el profeta Eliseo con Guiezi, su asustado criado: “Por la mañana, cuando el criado del hombre de Dios se levantó para salir, vio que un ejército con caballos y carros de combate rodeaba la ciudad. ─¡Ay, mi señor! ─exclamó el criado─. ¿Qué vamos a hacer? ─No tengas miedo ─respondió Eliseo─. Los que están con nosotros son más que ellos. Entonces Eliseo oró: «Señor, ábrele a Guiezi los ojos para que vea». El Señor así lo hizo, y el criado vio que la colina estaba llena de caballos y de carros de fuego alrededor de Eliseo” (2 Reyes 6:15-17). Al fin y al cabo y por lo pronto: “Vivimos por fe, no por vista” (2 Corintios 5:7)
Caballos y carros de fuego
“Dios no quiso que su existencia pudiera probarse con certeza pues de ser así la fe pasaría de ser una decisión a una obligación”
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