Volviendo con la seguridad de la salvación, doctrina clásica del cristianismo, asociada a la teología reformada que hunde sus raíces en el pensamiento de Juan Calvino, y sin perder nunca de vista lo ya dicho en cuanto a que esta doctrina no deja de ser controvertida por parte de significativos sectores del cristianismo evangélico que no la suscriben al temer, no sin razón, que suscribirla de una manera superficial e irreflexiva ꟷcomo, de hecho, pueden llegar a hacerlo muchos presuntos creyentesꟷ, puede terminar extendiéndoles una carta blanca o una patente de corso a muchos de quienes profesan el cristianismo ꟷpero que no serían necesariamente auténticos cristianosꟷ, para relajarse y caer en una laxitud disoluta por la cual terminen bajando la guardia ante el pecado y tolerándolo de manera consciente e intencional en sus propias vidas; todos estos legítimos temores y salvedades, no son de ningún modo concluyentes ni constituyen razón suficiente para negar la seguridad de la salvación, pues esta doctrina es bíblicamente mucho más coherente que su negación y cuenta con un abrumador respaldo en las Escrituras, entre lo cual podemos señalar el hecho de que la salvación del creyente es, antes que nada y en último término, una iniciativa divina y la participación y responsabilidad humana en el asunto es subsecuente y está subordinada a ella, como lo tiene claro el apóstol al afirmar lo siguiente con toda la tranquilidad y convicción del caso: “Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús” (Filipenses 1:6)
Dios termina lo que comienza
“El hecho de que Dios tenga siempre la iniciativa garantiza que lo que Él inició en nuestra vida tenga también el final esperado”
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