Los llamados “nuevos ateos” se han ensañado con especialidad en una crítica hacia la religión en general y hacia el cristianismo en particular, señalándolos como la fuente principal de todas las intolerancias, las guerras y los conflictos experimentados por la humanidad a lo largo de su historia, un juicio que no deja ser simplista y equivocado por varias razones. En primer lugar, porque incluso en los conflictos humanos motivados en buena medida por causas religiosas, se entremezclan también complejas motivaciones políticas, económicas, sociales y culturales de todo tipo que se camuflan detrás de la religión y que tienen su propia agenda encubierta. Y en segundo lugar, que debido a la naturaleza humana caída, aún las más nobles empresas e iniciativas humanas pueden llegar a mancharse y pervertirse por malas actitudes, motivaciones e intenciones ocultas, incluyendo a las religiones a lo largo de la historia y al cristianismo entre ellas, de manera específica. Pablo lo sabía, al dejar constancia de que incluso la evangelización, una de las actividades más encomiables y recomendadas dentro del cristianismo, podía ser manchada por malos motivos e intenciones, pues: “Es cierto que algunos predican a Cristo por envidia y rivalidad, pero otros lo hacen con buenas intenciones. Estos últimos lo hacen por amor, pues saben que he sido puesto para la defensa del evangelio. Aquéllos predican a Cristo por ambición personal y no por motivos puros, creyendo que así van a aumentar las angustias que sufro en mi prisión” (Filipenses 1:15-17), algo a tener en cuenta cuando compartimos nuestra fe con otros
Predicando por envidia y rivalidad
“Aun las mejores causas, como la evangelización, pueden tener malas motivaciones que las vician y descalifican delante de Dios”
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