Las buenas obras y el lugar que ellas ocupan en el marco de la fe ha sido un tema polémico y debatido al interior de la iglesia, en especial en el contexto de la Reforma Protestante y la controversia que Lutero y los reformadores mantuvieron con la iglesia de Roma en cuanto al papel que éstas desempeñan en orden a la salvación. Roma sostenía que las buenas obras eran necesarias para obtener la salvación, mientras que Lutero y las iglesias protestantes con él, negaban a las buenas obras cualquier papel previo a la salvación que se obtenía únicamente por la fe en Cristo y el consecuente arrepentimiento que la acompaña en lo que se conoce como la “doctrina de la justificación por la fe”, que llegó a ser uno de los emblemas del protestantismo, incluido en el conocido lema suscrito por todas las iglesias protestantes que dice: “Sola gracia, sola fe, sola Escritura y sola Gloria de Dios”. Pero, si bien las Escrituras niegan a las buenas obras realizadas con apego a la ley de Dios cualquier efecto salvador al afirmar que hemos sido salvados únicamente por gracia mediante la fe y “no por obras para que nadie se jacte” (Efesios 2:9), sí les asigna un papel determinante una vez alcanzada la salvación por la fe, como la demostración o evidencia por excelencia de que, en efecto, ya somos salvos y nuestra fe es auténtica. Esta es la razón por la cual Martín Lutero al tiempo que decía que solo la fe salva, también afirmaba que la fe no viene sola, sino que trae con ella buenas obras: “Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica” (Efesios 2:10)
Creados para buenas obras
“Dios es justo pues cuando Él le ordena algo a los suyos, con la misma orden les da el poder de obedecerla tal como Él lo quiere”
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