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Comprados a precio de sangre

“Si fuimos ya redimidos por la sangre de Cristo, no debemos ponerle a nuestra vida un precio que el mundo está dispuesto a pagar”

Se dice que todo el mundo tiene su precio. Pero el cristiano debe recordar que la vida no se puede cuantificar de ningún modo, pues es sagrada e invaluable y posee una dignidad única que deberíamos tener en cuenta antes de ponerle precio a nuestra conciencia o integridad ofreciéndolas o hipotecándolas al mejor postor. Si bien es cierto que desde la caída en pecado en el jardín del Edén, todos nos encontramos, en palabras del apóstol: “vendidos como esclavos al pecado” (Romanos 7:14); también lo es que, como lo anunciara ya antes el profeta: “Ustedes fueron vendidos por nada, y sin dinero serán redimidos” (Isaías 52:3), pues Dios bajo ninguna circunstancia le pone precio a la vida humana. Porque a sus ojos somos tan preciosos y dignos de honra que a cambio de nosotros estuvo dispuesto a entregar la vida de su propio Hijo con tal de redimirnos del dominio del pecado, como en efecto lo hizo en la persona de Cristo, quien nos rescató al inestimable precio de su propia sangre. Por eso no podemos montar con nuestra vida una feria de rebajas, asignando cifras a lo que Jesús pagó con su propia vida, como lo hizo el profano y tristemente célebre Esaú, quien menospreció sus derechos vendiéndolos por un plato de lentejas, expresión que se ha vuelto proverbial para designar a quien está dispuesto a ponerle precio a sus principios a la espera de que el mundo esté también dispuesto a pagarlo. Sin mencionar a otros personajes como Balaam, el profeta mercenario, o el apóstol traidor, Judas Iscariote. Deberíamos, por tanto, recordar que: “Ustedes fueron comprados por un precio; no se vuelvan esclavos de nadie” (1 Corintios 7:23)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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