Alguien definió el carácter como aquello que somos cuando nadie nos ve. Pero en realidad no existe ninguna situación en que nadie nos vea, pues en último término y en virtud de su omnisciencia y omnipresencia, Dios siempre nos ve. Así, pues, el carácter se define más bien como aquello que somos cuando sólo Dios nos ve. Dios siempre nos ve, entonces, para bien o para mal. Para bien, si pensamos, hablamos y actuamos de tal modo que no tengamos nada que ocultarle que nos avergüence, sino que, por el contrario, podamos tener una conciencia limpia en el ámbito privado e íntimo de nuestra vida al que sólo Él tiene acceso, con nuestra invitación preferiblemente, pero incluso al margen de ella. Pero, para mal, si pretendemos infructuosamente huir de Él para encubrir actos y áreas de nuestra vida de los que nuestra conciencia nos acuse sin hacer lo necesario para corregirlos en el término de la distancia, tolerándolos bajo la engañosa presunción de que podremos mantenerlos impunes, invocando para ello nuestro “derecho” a la intimidad y a la privacidad. Porque la actitud honesta, sincera, humilde y suplicante es fundamental en nuestros tratos privados e íntimos con Dios, pues únicamente en virtud de esto Él se muestra dispuesto en Cristo a resolver nuestros pecados ocultos antes de que nos dejen avergonzados en público, puesto que: “Los pecados de algunos son evidentes aun antes de ser investigados, mientras que los pecados de otros se descubren después. De igual manera son evidentes las buenas obras, y aunque estén ocultas, tarde o temprano se manifestarán” (1 Timoteo 5:24-25)
Aunque estén ocultas se manifestarán
“El poder de Cristo es el único que puede resolver nuestros pecados ocultos antes de que nos dejen avergonzados en público”
Deja tu comentario