En el cristianismo la fe abre siempre el camino y como tal tiene prioridad sobre cualquier otro rasgo que los cristianos estén llamados a cultivar y adquirir en el evangelio. Es por eso que el apóstol Pedro la da por sentada cuando instruye a los creyentes con estas palabras: “Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud; a su virtud, entendimiento” (2 Pedro 1:5). Sin embargo, estos otros rasgos deben seguir de manera natural a la fe si es que ésta aspira a madurar como corresponde, siendo la virtud o las buenas obras las que figuran en segundo lugar y el conocimiento o entendimiento en el tercero. Por eso, así como la fe no riñe con las buenas obras, sino que más bien las requiere, así tampoco riñe con el conocimiento, sino que lo estimula, a la vez que el conocimiento alimenta y fortalece la fe en una relación recíproca de mutua interdependencia. La fe únicamente riñe con el conocimiento cuando éste pretende sustituirla y despojarla de su prioridad en el evangelio, que es el riesgo que el conocimiento conlleva; es decir el de envanecerse con él y llegar a sobrevalorarlo, reclamando para él un lugar mayor que el que debe ocupar, subordinado siempre a la fe que debe precederlo, condicionarlo y regularlo. Fue esto lo que sucedió con los gnósticos que infiltraron el cristianismo en el primer siglo y que, como su nombre lo indica, creían que la gnosis, que significa “conocimiento” en idioma griego, era la base de la salvación. La iglesia los identificó, los combatió y los expulsó de su seno, entre otras cosas, por desechar a la fe de su lugar prioritario en el cristianismo
Añadiendo a la fe entendimiento
“La fe implica aceptar que hay cosas que no podemos entender al tiempo que nos esforzamos por conocer las que si podemos entender”
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