Ya hemos mostrado que la Biblia fomenta el sano espíritu festivo y, como tal, no restringe las expresiones alegres y los disfrutes propios de la adolescencia y la juventud. Sin embargo, nos invita a no darles rienda suelta de manera inconsciente y desbocada, al mejor estilo del carnaval del mundo, sino de un modo responsable y debidamente dosificado para poder mantenerlos dentro de un rango de seguridad tal que nos eviten los efectos colaterales y las consecuencias indeseables que éstos pueden llegar a traer aparejados cuando no tenemos en cuenta estas recomendaciones e incurrimos, entonces, en todo tipo de excesos al respecto, teniendo que sufrir luego sus dolorosos resultados en perjuicio propio y de los seres queridos que nos rodean, quienes también se verán de un modo u otro afectados por nuestras decisiones en virtud del vínculo afectivo que los une a nosotros. Así, pues, la única advertencia que Dios le formula a los jóvenes cuando los invita y los estimula incluso a disfrutar de la vida en el breve lapso de su juventud, con toda la energía y vitalidad que le es tan propia, es que tengan en cuenta que Dios los observa de cualquier modo y que, en consecuencia, tendrán que dar cuenta a Él de todos sus actos, para que al final puedan hacerlo con las ventajas y con la conciencia tranquila de quienes atienden a esta exhortación: “Alégrate, joven, en tu juventud; deja que tu corazón disfrute de la adolescencia. Sigue los impulsos de tu corazón y responde al estímulo de tus ojos, pero toma en cuenta que Dios te juzgará por todo esto” (Eclesiastés 11:9)
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