En cuanto a la relación del cristiano con el mundo, la iglesia ha oscilado entre los extremos del aislamiento y la asimilación. Así, por una parte, significativos sectores de la iglesia han optado por aislarse de él, bajo la creencia de que participar de sus dinámicas implicaría participar de las cosas mundanas y pecaminosas que terminarían así contaminando a la iglesia. Pero, por otra parte, otros sectores de la iglesia han reaccionado a esto promoviendo un activismo social en el que el cristianismo queda prácticamente reducido a los mismos activismos sociales promovidos por el mundo, desechando todas las prácticas religiosas de carácter eclesiástico que definen y distinguen a la iglesia, eliminando así los linderos y contrastes que la diferencian del mundo. En contra de ambos extremos hay que decir que, a pesar de que la Biblia dice que los creyentes no son del mundo, al mismo tiempo afirma que están en el mundo. Y lo están para distinguirse en él siendo la luz llamada a iluminar la oscuridad del mundo y la sal de la tierra, que impide que la corrupción prevalezca. Por eso el aislamiento absoluto, además de imposible, es contrario a la voluntad de Dios: “Por carta ya les he dicho que no se relacionen con personas inmorales. Por supuesto, no me refería a la gente inmoral de este mundo, ni a los avaros, estafadores o idólatras. En tal caso, tendrían ustedes que salirse de este mundo. Pero en esta carta quiero aclararles que no deben relacionarse con nadie que, llamándose hermano, sea inmoral o avaro, idólatra, calumniador, borracho o estafador. Con tal persona ni siquiera deben juntarse para comer” (1 Corintios 5:9-11)
Aislamiento desobediente e ingenuo
“Cuando la iglesia pretende aislarse por completo del mundo no sólo peca por desobediencia, sino peca también por ingenuidad”
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