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Admiración, mediocridad y envidia

“La admiración se vuelve envidia al no desear elevarse a la excelencia del admirado, sino rebajarlo a la mediocridad del envidioso”

La mediocridad es enemiga del éxito y de la excelencia, razón por la cual la persona mediocre ve siempre con malos ojos a quienes hacen las cosas con excelencia y obtienen el consecuente éxito en lo que emprenden. Si bien es cierto que no todos tenemos el mismo llamado o vocación de vida ni hemos vivido bajo las mismas circunstancias familiares, ambientales y culturales más o menos favorables; eso no significa que no podamos hacer las cosas con excelencia y tener éxito de una manera acorde a las limitaciones que debamos afrontar y las ventajas de las que hemos podido disfrutar. Por eso quien hace lo mejor con lo que tiene de manera cabalmente responsable delante de Dios no tendría por qué envidiar a quienes, haciendo lo mismo, han obtenido eventualmente un mayor reconocimiento, prestigio o fortuna en el intento en virtud de la diferente naturaleza de su vocación de vida. Tener esto presente nos ayuda a no ceder a la tentación de compararnos con los demás y amargarnos por el éxito de otros, simplemente porque éste les ha reportado un mayor reconocimiento y beneficios materiales que los que nosotros hemos podido cosechar, pues si nosotros mismos estamos desempeñando nuestra particular vocación de vida con excelencia, lo único que debería despertar en nosotros quienes también lo hacen así es admiración y no envidia. Porque la envidia es tan sólo un síntoma de la mediocridad que padece el envidioso: “Vi además que tanto el afán como el éxito en la vida despiertan envidias. Y también esto es absurdo; ¡es correr tras el viento!” (Eclesiastés 4:4)

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

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