“A la ocasión la pintan calva”, dice un dicho popular con el que se quiere dar a entender que hay que estar preparado para aprovechar la ocasión cuando se presenta, pues las oportunidades no dan espera ni regresan luego. Las tentaciones, por el contrario, son continuas e insistentes y no desaparecen a las primeras de cambio cuando logramos sortearlas con éxito, sino que regresan para ver si logran sorprendernos con la guardia baja, por lo cual urge estar atento a ambas: las oportunidades para no dejarlas pasar de largo y las tentaciones para no ceder a ellas de ningún modo, fortalecidos para ello con el poder que Dios nos otorga para resistirlas. Y si bien es cierto que las oportunidades desperdiciadas no vuelven a aparecer, también lo es que Dios nos garantiza que aun en el peor de los casos todos tendremos oportunidades para cambiar de modo favorable nuestra suerte si sabemos aprovecharlas sabiamente, pues: “… el sabio conoce el tiempo de la decisión, pues cada cosa ha de ser decidida a su tiempo…” (Eclesiastés 8:5-6 BLPH). Así, pues, por muy adversa que pueda ser nuestra suerte y por mucho que nos pueda parecer que hemos carecido de oportunidades en la vida y siempre sin perjuicio de la culpabilidad de aquellos que nos puedan haber despojado con injusticia de un buen número de ellas, lo cierto es que en últimas: “Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo” (Eclesiastés 3:1) y no podremos nunca posar de víctimas culpando por completo a las circunstancias de nuestras derrotas, sufrimientos y fracasos.
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