El evangelio es un mensaje de victoria sobre los poderes del mal que han actuado en el mundo a lo largo de la historia humana, tanto externos a nosotros, como los que nos asedian desde nuestro interior. La Biblia abunda en declaraciones terminantes a este respecto, apoyados para ello en lo hecho por Cristo a nuestro favor. Sin embargo, la Biblia también hace claras advertencias para no asumir la vida cristiana de manera triunfalista, como si gracias a la fe ya estuviéramos por encima del bien y del mal en este mundo y de las luchas que esta vida siempre problemática en mayor o menor grado nos depara, conforme a la declaración de Cristo en el sentido de que en este mundo tendremos aflicción, poniendo en evidencia la engañosa falsedad de la teología de la prosperidad que hace de la prosperidad material y de la salud física la finalidad de la vida cristiana y el derecho de cada creyente, de modo que no disfrutar de ambas sería una señal de no contar con el favor de Dios, ya sea por algún pecado encubierto o por falta de fe o por ambos. No olvidemos que a pesar de sus victorias militares: “… En todas las campañas de David, el Señor le daba la victoria… En todas sus campañas el Señor le daba la victoria” (1 Crónicas 18:6, 13), el rey David no la vio fácil al ver opacados estos logros obtenidos con el respaldo de Dios, con sus faltas y pecados personales y su vida familiar convulsionada y por momentos trágica, echando por tierra ese modelo restrictivo de vida cristiana caracterizado por el éxito de la familia de clase media, al estilo del sueño americano
Victoriosa, pero no triunfalista
"La fe cristiana es una fe concluyentemente victoriosa, pero no superficialmente triunfalista, pues en este mundo nunca dejamos de librar batallas”
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