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Universalismo, exclusivismo y cristianismo

El pensamiento políticamente correcto, al hacer de la inclusión incondicional su santo grial, vuelve a reivindicar y a poner con fuerza sobre la mesa la doctrina universalista, a la par que coloca en la picota pública a todos los sistemas espirituales de carácter exclusivista, con el cristianismo a la cabeza. Antes de proseguir, recordemos que el universalismo es la doctrina que afirma que al final de cuentas y al margen de sus creencias y su conducta, todos los seres humanos se salvaran en virtud de la bondad y el amor infinitos de Dios que no discrimina a nadie. Para el universalismo no existe, entonces, el infierno ni la condenación asociada a él y, en este orden de ideas, todas las religiones conducirían a Dios de manera indefectible. Es más, para el universalismo las religiones son irrelevantes y en realidad no añaden nada en lo relativo a la salvación. Por contraste, toda creencia exclusivista, es decir la adhesión a una persona, cosa o creencia con exclusión de las demás, es vista como obsoleta y anacrónica y, por lo mismo, mandada a recoger. El cristianismo sería tal vez el más emblemático de los sistemas espirituales exclusivistas, a juzgar por las categóricas palabras de Jesucristo cuando dijo: “─Yo soy el camino, la verdad y la vida, ─le contestó Jesús─. Nadie llega al Padre sino por mí” (Juan 14:6).

Pero ¿será cierto que el exclusivismo cristiano ya no tiene cabida en los tiempos en que vivimos? Porque si así fuera, todo el impulso misionero de la iglesia a lo largo de la historia habría sido un esfuerzo inútil y la gran comisión asignada por Cristo a los suyos no sería más que una cruel burla. De hecho, con miras a la eternidad o, por lo menos, a nuestro destino después de la muerte, el cristianismo no haría ninguna diferencia y podría ser incluso demasiado restrictivo en cuanto a sus requerimientos éticos, privándonos de presuntos placeres cuya búsqueda ya no estaría proscrita en esta vida, brindando vigencia a la ancestral filosofía hedonista de aquellos que, como lo recoge la Biblia, viven de carnaval de manera despreocupada, disoluta e irresponsable: “¡Pero miren, hay gozo y alegría! ¡Se sacrifican vacas, se matan ovejas, se come carne y se bebe vino! «¡Comamos y bebamos, que mañana moriremos!»” (Isaías 22:13).

La noción de verdad

Pero lo cierto es que la doctrina universalista no se opone al cristianismo únicamente, sino a la noción misma de verdad en todos los ámbitos de la vida, no sólo el que tiene que ver con la religión y la espiritualidad, sino también con las matemáticas, la ciencia, la filosofía, el derecho, la política, la economía, es decir todas las disciplinas respetadas que se apoyan y justifican en la existencia de la verdad, por contraste con la falsedad y la mentira. Porque en realidad, por mucho que estemos de acuerdo con las ideologías que se hallan detrás del pensamiento políticamente correcto que sostienen de un modo u otro que la verdad es relativa y que no existen verdades absolutas; en la vida cotidiana y aunque no seamos conscientes de ello, no hay un solo día en que podamos prescindir de la noción de verdad para relacionarnos correctamente con nuestro entorno sin que nos suceda lo que al apóstol Pablo cuando se resistía al cristianismo y fue confrontado por el propio Cristo con estas gráficas y contundentes palabras: “… ‘Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Qué sacas con darte cabezazos contra la pared?’” (Hechos 26:14). Asimismo, el día en que nos desentendamos por completo de la noción de verdad, acabaremos como Pablo estrellándonos contra la realidad de las cosas.

Es más, si desechamos la noción de verdad, terminaremos en el absurdo y no podremos, ni siquiera, entendernos con nuestros semejantes, pues las leyes de la lógica que rigen el lenguaje y la comunicación inteligible y con sentido, se basan, nos guste o no, en la noción de verdad. Y lo cierto es que la verdad es excluyente. Cualquier afirmación que hagamos en un tema dado, excluye de inmediato todas las afirmaciones diferentes y contrarias a ella, así que las afirmaciones del cristianismo no son las únicas que implican algún tipo de exclusivismo, sino que todas las afirmaciones y juicios de valor que pretendan ser más que una simple opinión también lo hacen. Por eso, por más inclusión que se pretenda y se persiga por parte del pensamiento políticamente correcto y del universalismo reafirmado a su sombra, al final la lógica más elemental establece que no todos pueden estar en lo cierto: las religiones exclusivistas que, como el cristianismo, reclaman y reivindican una única vía verdadera y particular de acceso a Dios con exclusión de las demás; y el universalismo que lo niega y afirma, entonces, que todas las vías son válidas y verdaderas o, peor aún, que en realidad no se necesita ninguna vía particular, pues al final todos llegaremos por necesidad a la misma meta.

Establecido lo anterior, lo que queda es, entonces, que los promotores de cada una de las posturas en juego procedan a defenderla, junto con sus consecuentes afirmaciones en mayor o menor grado excluyentes y exclusivistas, acudiendo a la vía de los hechos ya sabidos y conocidos, de la experiencia y de la argumentación más consecuente con ambos, campo en el cual el cristianismo siempre ha tenido la ventaja a través de su larga tradición de destacados apologistas o defensores de la fe de todas las épocas y sus muy sólidas apologías en defensa de lo revelado en la Biblia, incluyendo, por supuesto, las demandas de exclusividad que Cristo hace a todos los hombres con la verdad de su lado. Es tanto así que el apóstol Pedro viene invitando a todos los cristianos a que emprendan esta tarea sin temor en la medida de sus posibilidades y capacidades, en la convicción de que siempre podrá llevarse a cabo con ventajosa solvencia: “… Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes” (1 Pedro 3:15).

El debido proceso

En este orden de ideas, existe un asunto que preocupa a los cristianos, pues suele ser una fuente de ataque contra el exclusivismo cristiano por parte de quienes no lo comparten y se han colocado al margen de él, y consiste en cómo responder cuando nos preguntan ¿qué sucederá, entonces, con quienes, por razones ajenas a ellos, no han oído hablar de Cristo en el curso de sus vidas? ¿Se condenarán irremisiblemente? Y si es así, ¿no es esto injusto? La verdad es que esto tiene más tela de donde cortar, pero por lo pronto podemos responder diciendo que ningún ser humano que se condene, se condenará injustamente, pues lo que en justicia todos merecemos es la condenación, pues: “… no hay un solo justo, ni siquiera uno… pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios” (Romanos 3:10, 23). Así que la condenación de quienes no han oído hablar nunca de Cristo podrá ser inmisericorde, es decir, carente de la misericordia que recibimos quienes hemos tenido la oportunidad de oír hablar de Él y hemos confiado en Él; pero no sería nunca injusta.

Por todo esto y en gracia de discusión, ninguno de quienes se condene, ya sea quienes habiendo escuchado de Cristo deciden rechazarlo, o quienes nunca hayan oído hablar de Él en el curso de sus vidas; será condenado injustamente y sin tener derecho al debido proceso. Este último, en lo que tiene que ver con los que nunca han oído hablar de Cristo, será la apelación a su propia conciencia, como lo dice Pablo: “Cuando los paganos que no conocen la ley actúan conforme a la ley, aunque nunca hayan tenido escrita la ley de Dios, son la ley para sí mismos. Ellos muestran que la ley de Dios está escrita dentro de ellos mismos; su conciencia los acusa a veces, y a veces los excusa. Y así, Dios juzgará en aquel día, por medio de Jesucristo, hasta los secretos de todas las personas” (Romanos 2:14-16 NBV). En el peor de los casos, Dios no condenará de manera sumaria a quienes no hayan oído hablar nunca de Él en el curso de sus vidas, sino que los juzgará a la luz de sus propias conciencias. El resultado de este escrutinio no se nos revela expresamente en la Biblia y es, por tanto, incierto, lo cual contrasta con la certeza alcanzada en Cristo que nos garantiza: “por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús” (Romanos 8:1). El mismo Cristo Jesús que prometió de manera concluyente que: “El que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios reconocerá si mi enseñanza proviene de Dios o si yo hablo por mi propia cuenta” (Juan 7:17).

Arturo Rojas

Cristiano por la gracia de Dios, ministro del evangelio por convicción y apologista por vocación. Hice estudios en el Instituto Bíblico Integral de Casa Sobre la Roca y me licencié en teología por la Facultad de Estudios Teológicos y Pastorales de la Iglesia Anglicana y de Logos Christian College. Cursé enseguida una maestría en Divinidades y estudios teológicos en Laud Hall Seminary y, posteriormente, fui honrado con un doctorado honorario por Logos Christian College.

4 Comentarios

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  • Muy buen artículo. Quiere decir que el universalismo afirma que todos los caminos llevan a Dios. Cómo argumentar con quiénes menosprecian el cristianismo que pretende ser la religión verdadera? Dicen: ustedes los cristianos creen que lo saben todo

    • Los cristianos no lo sabemos todo. Dios lo sabe todo. Y nosotros sabemos lo que Él nos ha revelado en su Palabra, disponible para todos.

  • El universalismo le hace daño a las bases del cristianismo. Uno de sus defensores, MacDonald,argumenta que el infierno es un sitio pasajero dónde los pecadores recibirán el persona tendrán un túnel para pasar al cielo y ser salvos.”Al final, todos seremos salvos”Me pregunto y el papel de Jesús? Acaso el infierno no no es eterno?
    Gracias pastor, lo bendigo