La postura clásica del cristianismo en relación con la Biblia consiste en que ésta es la Palabra de Dios y que es, por lo tanto, infalible y no contiene errores, siendo así completamente confiable para todos los efectos de conocer la verdad. Por otra parte, los escépticos no creyentes han sostenido que la Biblia es tan solo un libro más que combina de manera indiscriminada historia y leyenda, verdad y ficción por lo que, en el mejor de los casos, contiene numerosos errores y desaciertos que la hacen poco o nada digna de crédito. Ante esto debemos preguntarnos cuál de los dos grupos tiene la razón, pues por simple lógica ambos no pueden estar en lo cierto.
Si se tratara de la argumentación popular típica que los cristianos esgrimen para sostener y defender su punto de vista, tendríamos que inclinarnos a darles la razón a los escépticos no creyentes, pues esa argumentación deja tanto que desear que casi podría decirse que termina por confirmar la postura de los detractores de la Biblia. Basta observar que el mejor argumento de muchísimos cristianos a favor de la confiabilidad de la Biblia es afirmar que la Biblia es la veraz e infalible Palabra de Dios porque ella misma dice serlo y punto. Razonamiento en círculo que no convence a nadie ni conduce a ninguna parte, reforzando además la imagen que muchos tienen de los cristianos como gente ignorante y crédula.
Un libro singular
Valdría la pena recordar lo dicho por el erudito Daniel Wallace a este respecto: “Hemos de tratar la Biblia como cualquier otro libro, para mostrar que no es como cualquier otro libro”. Recomendación que la iglesia en general debería tomar en cuenta con toda la seriedad del caso. Porque el cristiano que pretende prestarle un servicio a Dios colocando a la Biblia en una especie de pedestal con su respectiva urna protectora, lejos del alcance de cualquiera que amenace con mancillarla, poner en tela de juicio o tender una sombra de duda sobre la inspirada veracidad de sus contenidos, se equivoca de cabo a rabo y termina así brindándole munición al bando contrario.
Lo cierto es que la Biblia nunca ha exigido este trato. Más bien, nos invita a acercarnos a ella como lo haríamos a cualquier otro libro, con una actitud críticamente honesta que esté dispuesta a estudiarla y someter a prueba sus contenidos de manera desprejuiciada para así poder descubrir al final de este proceso que, en realidad, la Biblia no es de ningún modo un libro cualquiera, sino uno muy singular. Tanto que no hay otro que se le compare. Visto con objetividad, la convicción de que la Biblia es la Palabra de Dios debe ser, entonces, el punto de llegada de un itinerario previamente recorrido a conciencia, y no un axioma asumido como punto de partida y colocado a salvo de cualquier legítimo cuestionamiento. Dios no teme este tipo de acercamientos a su Palabra, sino que, por el contrario, los ha estimulado al apremiarnos a estudiar con diligencia las Escrituras (Jn. 5:39), pues sabe bien que su Palabra siempre pasará de sobra la prueba, a diferencia de lo que sucede con los demás libros sagrados de las diferentes religiones de la historia.
La Biblia es, pues, un libro que nos invita a examinarlo y estudiarlo a conciencia y no a reverenciarlo o adorarlo. Sólo al tener esto en cuenta los creyentes podrán evitar ser víctimas de esa forma de idolatría que podríamos designar como “bibliolatría”, llegando de paso a la convicción racional de que: “… tenemos la muy segura palabra de los profetas, a la cual ustedes hacen bien en prestar atención, como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que despunte el día y salga el lucero de la mañana en sus corazones” (2 Pedro 1:19).
Razones que hacen confiable a la Biblia
Ahora bien, hay varios caminos diferentes pero coincidentes en el propósito de llegar racionalmente a la convicción del apóstol Pedro citada arriba y compartida por todos los auténticos creyentes a lo largo de la historia. Caminos que, sumados entre sí, se refuerzan mutuamente en el propósito de mostrar que la Biblia es, como ella misma lo afirma, la Palabra de Dios veraz y confiable. Estos caminos pueden resumirse en cuatro que describiremos enseguida.
En primer lugar, puede demostrarse que la Biblia es un libro único y muy especial, aunque esto por sí solo no pruebe que sea por ello la infalible Palabra de Dios. Pero si establece, por lo menos, que es un libro que merece ser considerado y analizado con todo el detenimiento, honradez y seriedad del caso y no descartado a la ligera con manifiesta soberbia e ignorancia, como suelen hacerlo los escépticos y la gente profana en general. Establecer el carácter único y especial de la Biblia impone sobre quien nos escucha el deber de seguirlo haciendo, impidiendo que se ponga de pie y deseche la discusión como si no valiera la pena. El carácter único de la Biblia hace que esta discusión valga la pena y que deba llevarse adelante hasta su conclusión final.
La singularidad de la Biblia tiene que ver con el hecho de que en su elaboración existe una diversidad de fuentes tan variada y de tan amplia procedencia, que hacen que la evidente unidad que podemos apreciar en su contenido sea un hecho verdaderamente sorprendente, inquietante, sugerente y estimulante. Esta diversidad se manifiesta en que fue escrita en un periodo de más de 1500 años. Adicionalmente, fue escrita en tres continentes diferentes: África, Asia y Europa; y en tres idiomas diferentes: hebreo, arameo y griego. Como si fuera poco, cerca de 60 generaciones transcurrieron para que se terminara de escribir y en esta labor intervinieron más de 40 autores humanos diferentes, procedentes de los más diversos contextos, circunstancias, oficios y profesiones. Sin mencionar la asombrosa continuidad y extensión de su contenido; su influencia, publicación y supervivencia; su calidad como literatura en la multitud de géneros literarios que utiliza; su imparcialidad y ausencia de sesgos a favor del ser humano, todo ello algo comprensible que se cae de su peso si detrás de su manufactura humana se encuentra Dios guiando todo el proceso con la precisión y efectividad que solo Él podría exhibir.
En segundo lugar lo que podemos mostrarle al no creyente en este caso es que, aunque el propósito principal de la Biblia no sea enseñarnos ni historia ni geografía -ni mucho menos ciencia, por lo menos no en el sentido actual de la palabra-, sino más bien enseñarnos todo lo necesario para relacionarnos con Dios y rescatarnos del pecado y la condenación eterna, podemos no obstante demostrar que cuando la Biblia habla de historia y de geografía (algo muy frecuente) dice siempre la verdad. Y si los historiadores, arqueólogos y geógrafos profesionales descubren en sus investigaciones que la Biblia dice la verdad en estos aspectos, la conclusión lógica a lo que esto nos conduce es que, en consecuencia, debe decir también la verdad en todo lo demás que afirma. O por lo menos, que debemos concederle el beneficio de la duda hasta tanto no se demuestre lo contrario.
En tercer lugar podemos señalar la fidelidad de nuestras Biblias actuales a los manuscritos originales. En este aspecto la Biblia es de lejos el libro más confirmado de todos los libros que conoce la cultura humana. Puede afirmarse con toda la tranquilidad y solvencia del caso que si se pone en duda la fidelidad de nuestras Biblias actuales con los manuscritos originales, tendríamos con mucha mayor razón que poner en duda la fidelidad de todos los demás libros, no sólo de la antigüedad, sino también de épocas mucho más recientes, como la Edad Media antes de la invención de la imprenta, algo que nadie está dispuesto a hacer hoy. Porque la Biblia se encuentra mucho más confirmada en este aspecto que todos los demás libros escritos antes de la imprenta.
Por último, podemos utilizar a favor de la Biblia los resultados de aplicarla a nuestra propia vida. La consideración de los efectos que la Biblia tiene en la experiencia humana, ya sea la del creyente a título individual, o la de toda una sociedad en su conjunto, es un argumento más que se une a los anteriores para establecer la veracidad y confiabilidad de la Biblia. No son únicamente las transformaciones favorables que la Biblia lleva a cabo en la vida del individuo que la acoge y pone en práctica, sino las que se dan en la sociedad que se deja influir por ella, al punto que está plenamente demostrado que las mejores y más apreciadas características de la civilización occidental son una consecuencia de la influencia que la Biblia ha tenido en su constitución y desarrollo. Por todo lo anterior podemos declarar con conocimiento de causa que la Biblia es verdad y no ficción, o dicho de otro modo, que es la Palabra de Dios en la que podemos confiar sin reservas.
Excelente…. Justamente estoy trabajando un curso de historia de la biblia…que bendición este artículo
Estupendo artículo, Reverendo Arturo. Lo sigo hace cerca de 25 años y no deja de sorprenderme la profundidad y altura de sus intervenciones escritas y orales.
Debo decir que las lamentablemente pocas oportunidades que he podido compartir con usted en lo individual, han sido plenamente edificantes.
Celebro gratamente la existencia de este blog. Seré seguidor asiduo desde hoy.
Muchas gracias pastor Arturo. Por integrarme en su maravilloso grupo
DIOS los Bendiga.