El cosmos
El filósofo alemán Immanuel Kant, considerado el fundador del agnosticismo de nuestros días, una especie de ateísmo velado, pronunció sin embargo la siguiente frase memorable: “Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre… crecientes… el cielo estrellado sobre mí y la ley moral dentro de mí”. Detengámonos en la primera de las dos cosas que llenaban el ánimo de Kant y de todo ser humano sensible de una admiración y respeto siempre crecientes: el cielo estrellado sobre nosotros.
En este orden de ideas, la Biblia nos invita a observar y considerar el cosmos y sacar de esta experiencia las conclusiones más obvias y de sentido común a las que esta consideración nos conduce: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento proclama la obra de sus manos. Un día comparte al otro la noticia, una noche a la otra se lo hace saber. Sin palabras, sin lenguaje, sin una voz perceptible, por toda la tierra resuena su eco, ¡sus palabras llegan hasta los confines del mundo!…” (Salmo 19:1-4).
La palabra “cosmos” con la que designamos el universo proviene del griego y significa “orden”. Porque a pesar de la aparentemente caótica distribución de las estrellas en la bóveda celeste, los cosmólogos y astrónomos que estudian el universo han descubierto en él un orden sorprendente en su disposición, sus relaciones, su estructura material interna y las leyes que rigen sus movimientos. Orden que, evaluado de manera razonable, es muy difícil creer que sea casual, es decir un simple producto del azar. Por el contrario, ese orden demanda una causa. Una causa inteligente. Muy inteligente, para más señas. Y esta causa no es otra que Dios mismo, el Creador y Sustentador del universo, conclusión cada vez más racional y plausible a la luz de la crecientemente aceptada teoría del Big Bang.
No puede negarse que los hebreos no desarrollaron, como si lo hicieron otros pueblos de la antigüedad, formas incipientes de astronomía en el sentido científico y actual del término. Pero todos estos pueblos borraban con el codo de un modo u otro lo que hacían con la mano al terminar cayendo en un culto idólatra de los seres celestes estudiados, algo que el pensamiento hebreo evitó con éxito al tener presente que, por deslumbrante y abrumador que pudiera llegar a ser el estudio de los astros, estos eran criaturas o creaciones de un Dios Todopoderoso y eterno que a través de estas realidades dejaba constancia de su existencia, poder y sabiduría.
Es gracias, entre otras, a esta actitud que desmitifica el universo y la naturaleza, que la ciencia moderna se desarrolló, obteniendo su impulso más determinante del monoteísmo bíblico judeocristiano. No es casual que personajes como Copérnico, Newton, Galileo Galilei y Juan Kepler, entre otros muchos, fueran creyentes cristianos convencidos en cuyos descubrimientos se apoya gran parte de la astronomía y cosmología actual.
El principio de la mediocridad
Lamentablemente, parece ser que la humanidad actual está siendo víctima de lo que se designa como “el principio de Copérnico o de la mediocridad”, definido así por el biólogo, pensador y escritor cristiano Antonio Cruz: “Se trata de una idea muy popular en la actualidad que afirma, no sólo que el cosmos y el Sol no giran alrededor de la Tierra, −algo que se sabe desde Copérnico− sino además que la ciencia moderna ha desplazado al hombre del ‘centro’ del universo, y ha demostrado que la vida es algo corriente y sin propósito. Nuestro lugar en el cosmos no sería excelente, como antes se pensaba, sino mediocre u ordinario. El mundo material se vería así, desde la perspectiva naturalista o materialista, como ‘todo lo que es, o fue, o será’, tal como manifestó en su obra ‘Cosmos’ el famoso divulgador, Carl Sagan”
Esta perspectiva conduce a la gente a menospreciar la vida en general y la vida inteligente en particular, considerándola erróneamente como algo común y, por lo mismo, sin especial valor, como continúa diciéndolo el Dr. Cruz: “Según este principio, la Tierra se concibe como uno de tantos planetas en la inmensidad del cosmos, que no tiene nada especial y que probablemente existen muchos otros mundos como ella, orbitando alrededor de estrellas vulgares similares al Sol. En este sentido, se piensa que la vida e incluso la inteligencia podrían haber aparecido también y evolucionado en otros muchos lugares del cosmos”
Pero lo cierto es que hasta ahora la búsqueda científica de vida en otros planetas ha fracasado. Lo cual puede significar que debemos abandonar el “principio de mediocridad”, pues, como lo da a entender el astrónomo Alan Dressler: “Ya superamos la creencia de que la humanidad se encuentra en el centro físico del universo, pero debemos volver a creer que está en el centro de su significado”. Porque el fracaso en la búsqueda de vida en otros planetas está llevando a los científicos a la conclusión de que la vida en el universo no es tan común como se creía en principio y que es incluso probable que estemos solos en él, lo cual indicaría que la vida en la Tierra, si no es única, si es por lo menos muy especial.
El principio antrópico
De hecho, la física, la química, la bioquímica y la biología combinadas están llegando a la conclusión de que el universo tiene que ser exactamente como es, del tamaño y la edad que tiene y muchas otras características muy precisas que ostenta, para hacer posible el surgimiento de la vida en este pequeño planeta azul y para sustentarla y conservarla exitosamente. Resulta, pues, que nada es un desperdicio. Nada sobra. Ninguna estrella, ninguna galaxia, ningún planeta. Todo es necesario. Todo tiene que ser como es para que podamos estar aquí, vivos y plenamente conscientes del universo en que nos encontramos.
Todo esto ha dado lugar a lo que se conoce como el “principio antrópico” que en su versión débil afirma algo que la ciencia ya considera obvio: que el universo está conformado de tal modo que es innegable que es especialmente apto para albergar seres humanos, como si hubiera sido diseñado especialmente para ello por alguien. Y no sólo esto, sino que la Tierra es tan especial y única, que parece haber sido diseñada por ese mismo “alguien” como un privilegiado observatorio para el estudio del universo.
El estudio y la contemplación de los astros y del espacio sideral del universo conocido con toda su deslumbrante y maravillosa belleza y misterio nos abruma y nos hace sentir pequeños e insignificantes. Nos enseña humildad y reverencia. Pero al mismo tiempo, nos recuerda que a pesar de nuestra pequeñez física, Dios se interesa en cada uno de nosotros y nos cuida de manera personal, pues creó un universo como éste, así de grande, así de complejo, así de antiguo y así de portentoso, no sólo porque, como lo señala el principio antrópico, era necesario que así fuera para hacer posible nuestra vida en la tierra, sino porque deseaba que disfrutáramos deleitándonos en su estudio y contemplación y sacáramos de ello la conclusión del caso, que no es otra que: Dios es grande, Dios es glorioso, Dios es poderoso, Dios es sabio y Dios es bueno.
Tu vocacion apologetica se mezcla fina y sutilmente con la adoracion y exaltacion del Dios unico y poderoso que yace providencialmente en tu corazon.
Genial este artículo. No es un secreto que a todos nos inquieta el universo, si hay o no vida en otro planeta, todo lo relacionado con los extraterrestres lo que conlleva a que nos preguntemos si estamos o no solos en tanta grandeza. Esto es algo que me preguntaba antes de ser Cristiano y que ahora siéndolo, salta a veces a mi pensamiento, tal vez para hacerme dudar. Creo yo que usando esa duda en el buen término de la palabra para potenciar mi Fe en el sentido de este escrito, no se puede llegar a otra conclusión que: Dios es grande, Él creo todo esto, y no estamos solos en este planeta, Él está con nosotros en cada centímetro.