La mentalidad religiosa de los pueblos antiguos en general, más que politeísta ꟷalgo más propio de las grandes civilizaciones antiguasꟷ, era henoteísta, es decir caracterizada por la creencia en varios dioses coexistentes y en competencia, entre los cuales sobresale uno a quien los individuos de un pueblo elegían y cuyo favor buscaban brindándole adoración exclusiva (por eso también algunos lo llaman monolatría) porque se le considera el más fuerte y digno de todos y el más dispuesto a favorecerlos. En este orden de ideas, los dioses tendrían jurisdicciones dentro de las cuales podrían operar con éxito pero que, al mismo tiempo, limitarían su accionar, como sucedía con los sirios o arameos derrotados por Israel en la batalla bajo el supuesto de que esto había sucedido porque habían combatido en las montañas, que sería para ellos la jurisdicción del Dios de Israel, por lo que: “El hombre de Dios se presentó ante el rey de Israel y le dijo: «Así dice el Señor: ‘Por cuanto los arameos piensan que el Señor es un dios de las montañas y no un dios de los valles, yo te voy a entregar este enorme ejército en tus manos, y así sabrás que yo soy el Señor’»” (1 Reyes 20:28). La apabullante derrota posterior infligida a los sirios también en las llanuras demostró que la jurisdicción de Dios es el mundo entero, pues: “Del Señor es la tierra y todo cuanto hay en ella, el mundo y cuantos lo habitan” (Salmo 24:1), de tal modo que no existen jurisdicciones que limiten Su poder, cuyo ejercicio entonces no tiene rival ni admite ni siquiera comparación con ningún otro dios, ser o poder de este mundo
Un dios de las montañas
“El poder de Dios opera por igual en todos los rincones del universo, de donde para Él no existen jurisdicciones que lo restrinjan de algún modo”
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