Jerusalén es hoy por hoy el epicentro geográfico e histórico de las tres grandes religiones monoteístas, a saber: judaísmo, cristianismo e islamismo. Pero el aura sagrada que hoy ostenta esta ciudad como capital eterna de Israel y destino principal de las peregrinaciones cristianas no puede hacernos perder de vista su larga y convulsionada historia, llena de vicisitudes y periodos de decadencia marcada por la conquista y destrucción por parte de sus enemigos, como por periodos de prosperidad, reconstrucción y esplendor. De hecho, Jerusalén fue conocida durante todo el periodo de la conquista de la tierra prometida como un enclave pagano en medio del territorio conquistado: Jebús, la fortaleza de los jebuseos, como se aprecia en la descripción del terreno asignado a la tribu de Judá: “Continuaba hacia el valle de Ben Hinón al sur de la cuesta de la ciudad jebusea, es decir, Jerusalén. Ascendía a la cumbre de la loma al oeste del valle de Hinón, al norte del valle de Refayin” (Josué 15:8). Si bien la ciudad ya se menciona como Urusalim en textos egipcios de casi 2000 años antes de Cristo, no fue sino hasta la conquista de la ciudad por parte del rey David que el antiguo nombre vino a ser su única designación, pasando definitivamente de Jebús a Jerusalén. La ciudad llegó a ser reverenciada y encumbrada de tal modo por los judíos, como si Dios estuviera obligado con ella, que Él consideró oportuno poner las cosas en orden al recordarles: “Adviértele que así dice el Señor y Dios: ‘Jerusalén, tú eres cananea de origen y de nacimiento; tu padre era amorreo y tu madre, hitita” (Ezequiel 16:3)
Tú eres cananea de origen
“El hecho de que Jerusalén sea reverenciada por igual por judíos, cristianos y musulmanes no puede hacernos olvidar su significativo origen pagano”
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