El legalismo es la censurable actitud presente en la iglesia que tiende a reducir la práctica del cristianismo a una serie de normas y leyes detalladas que pueden llegar a ser cargas muy difíciles y molestas, muchas de ellas extemporáneas, cuando no sin ningún fundamento bíblico y producto de normas y tradiciones humanas. Actitud que fomenta la arrogancia y ostentación de quienes creen estar cumpliendo a cabalidad con las normas en cuestión y miran por encima del hombro de modo inquisitivo y descalificador a quienes, a su juicio, no lo hacen, al mejor estilo de los fariseos del primer siglo de la era cristiana, justificando las connotaciones que el término “fariseo” ha llegado a adquirir para designar a alguien falso e hipócrita, conforme a las denuncias que Cristo hizo de ellos: “»¡Ay de ustedes, maestros de la ley y fariseos, hipócritas!, que son como sepulcros blanqueados. Por fuera lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de podredumbre” (Mateo 23:27), ostentación hipócrita excluida por completo del cristianismo, ya que: “¿Dónde, pues, está la jactancia? Queda excluida. ¿Por cuál principio? ¿Por el de la observancia de la ley? No, sino por el de la fe” (Romanos 3:27). Al fin y al cabo: “por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe… no por obras, para que nadie se jacte” (Efesios 2:8-9). Las advertencias bíblicas contra el legalismo se dan, entonces, en tres frentes diferentes. El de la crítica del Señor Jesús contra las tradiciones rabínicas añadidas a la Ley en el Talmud judío, como consta en los contrapunteos entre los fariseos y el Señor: “-¿Por qué quebrantan tus discípulos la tradición de los ancianos?… -¿Y por qué ustedes quebrantan el mandamiento de Dios a causa de la tradición?…” pasando a denunciar enseguida algunos de los tecnicismos legales urdidos por los fariseos con el fin de eludir el cumplimiento de la ley y añadiendo finalmente: “… Así por causa de la tradición anulan ustedes la palabra de Dios” (Mateo 15:2-6), concluyendo al respecto: “… ꟷTenía razón Isaías cuando profetizó de ustedes, hipócritas, según está escrito: »“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me adoran; sus enseñanzas no son más que reglas humanas.’ Ustedes han desechado los mandamientos divinos y se aferran a las tradiciones humanas. Y añadió: -¡Qué buena manera tienen ustedes de dejar a un lado los mandamientos de Dios para mantener sus propias tradiciones!” (Marcos 7:6-9)
En segundo lugar, las advertencias contra el legalismo tienen que ver con el hecho de que los preceptos de la ley de Dios no eran rígidos ni inflexibles, sino que brindaban espacio a casos de excepción con sus legítimos factores atenuantes. Por ejemplo, en relación con la fecha anual establecida para la celebración de la Pascua la Ley deja abierta la posibilidad de celebrarla en una fecha diferente, teniendo en cuenta factores atenuantes que hayan impedido su celebración en la fecha inicialmente prevista: “Entonces el Señor le ordenó a Moisés que les dijera a los israelitas: «Cuando alguno de ustedes o de sus descendientes esté ritualmente impuro por haber tocado un cadáver, o se encuentre fuera del país, aun así podrá celebrar la Pascua del Señor. Solo que, en ese caso, la celebrará al atardecer del día catorce del mes segundo. Comerá el cordero con pan sin levadura y hierbas amargas” (Números 9:9-11). El rey Ezequías fue, incluso, eximido en cierta ocasión de quebrantar estos preceptos: “En efecto, mucha gente de Efraín, de Manasés, de Isacar y de Zabulón participó de la comida pascual sin haberse purificado, con los que transgredieron la Ley. Pero Ezequías oró así a favor de ellos: «Perdona, buen Señor, a todo el que se ha empeñado de todo corazón en buscarte a ti, Señor, Dios de sus antepasados, aunque no se haya purificado según las normas del santuario». Y el Señor escuchó a Ezequías y perdonó al pueblo” (2 Crónicas 30:18-20). Algo ratificado por el Señor en el evangelio: “Por aquel tiempo pasaba Jesús por los sembrados un día sábado. Sus discípulos tenían hambre, así que comenzaron a arrancar algunas espigas de trigo y a comérselas. Al ver esto, los fariseos le dijeron: ꟷ¡Mira! Tus discípulos están haciendo lo que está prohibido en día sábado. Él contestó: ꟷ¿No han leído lo que hizo David en aquella ocasión en que él y sus compañeros tuvieron hambre? Entró en la casa de Dios; él y sus compañeros comieron los panes consagrados a Dios, lo que no se les permitía a ellos, sino solo a los sacerdotes”, añadiendo enseguida un ejemplo más que no tenía ya carácter de excepción, como lo era el hecho de que los sacerdotes, por razón de su oficio, trabajaban, sin culpa, el sábado: “¿O no han leído en la Ley que los sacerdotes en el Templo profanan el sábado sin incurrir en culpa?” (Mateo 12:1-5), demostrando así el principio de que: “»El sábado se hizo para el ser humano y no el ser humano para el sábado” (Marcos 2:27).
Y por último debemos precisar que, en realidad, la Biblia no tiene nada que decir en contra del que practique el legalismo por convicciones de conciencia en su propia vida, como sucede con algunos creyentes excesivamente escrupulosos que se marginan de actividades culturales legítimas como el baile o el consumo responsable de bebidas alcohólicas ꟷsiempre que se haga sin incurrir en ebriedad ni volverse adicto a ellasꟷ, debido a las asociaciones que para ellos puedan tener estas actividades a causa del uso y abuso que ellos hicieron de ellas en el pasado para la práctica del pecado, puesto que: “A algunos su fe les permite comer de todo, pero hay quienes son débiles en la fe y solo comen verduras. El que come de todo no debe menospreciar al que no come ciertas cosas, y el que no come de todo no debe condenar al que lo hace, pues Dios lo ha aceptado… Hay quien considera que un día tiene más importancia que otro, pero hay quien considera iguales todos los días. Cada uno debe estar firme en sus propias opiniones” (Romanos 14:1-5). Por eso, dado que el problema con el legalista no es el legalismo que practica en su propia vida, sino su obsesión por imponérselo a los demás, Pablo condena esta actitud diciendo: “El problema era que algunos falsos hermanos se habían infiltrado entre nosotros para coartar la libertad que tenemos en Cristo Jesús a fin de esclavizarnos. Ni por un momento accedimos a someternos a ellos, pues queríamos que se preservara entre ustedes la integridad del evangelio” (Gálatas 2:4-5). La denuncia final del legalismo por parte del apóstol radica, entonces, en la obsesión de los legalistas por imponer su legalismo sobre los demás y en el hecho de que, en realidad, el legalismo no termina siendo más que una pose que poco o nada logra contra los apetitos de la carne, pues: “Estos preceptos, basados en reglas y enseñanzas humanas, se refieren a cosas que van a desaparecer con el uso. Tienen sin duda apariencia de sabiduría, con su afectada piedad, falsa humildad y severo trato del cuerpo, pero de nada sirven frente a los apetitos de la naturaleza pecaminosa” (Colosenses 2:22-23). Más bien, termina siendo con frecuencia un yugo de esclavitud que estorba o impide el ejercicio responsable de nuestra libertad cristiana, pues: “Cristo nos libertó para que vivamos en libertad. Por lo tanto, manténganse firmes y no se sometan nuevamente al yugo de esclavitud” (Gálatas 5:1)
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