Ningún otro personaje de la Biblia disfrutó de una relación con Dios tan estrecha, íntima y personal como Moisés, el legislador de Israel que recibió del dedo mismo de Dios las tablas de la ley, y fue también, como el primero de los profetas, él único de ellos que hablaba con Dios cara a cara ꟷes decir de manera personal y presencial inmediataꟷ mientras que a sus sucesores en el oficio les hablaba en visiones o en sueños. Por eso Moisés es el tipo más elevado de la institución profética en el Antiguo Testamento y, como tal, tipificaba a Cristo, el Mesías esperado, que en este sentido no sería meramente un profeta, sino el profeta anunciado, tipificado y prefigurado por Moisés y el punto culminante e insuperable de esta institución del Antiguo Testamento que configuró una de las cuatro líneas mesiánicas del Antiguo Testamento: la vertiente del mesías profeta o siervo sufriente. Todo lo cual nos recuerda que la fe no consiste meramente en una religión cuyos dogmas, doctrinas y preceptos de vida conocemos y suscribimos mediante nuestra conformidad y asentimiento intelectual a ellos, al considerarlos veraces y ceñidos a los hechos y a la experiencia; sino una relación entre personas, Dios y cada uno de nosotros, los creyentes. Una relación que, si bien hoy por hoy es vaga, difusa y algo equívoca y mediada por la Biblia, un día llegará a ser tan estrecha, personal y directa como la de Moisés y desde entonces: “Ya no tendrá nadie que enseñar a su prójimo,ni dirá nadie a su hermano: ‘¡Conoce al Señor!’, porque todos, desde el más pequeño hasta el más grande, me conocerán” (Hebreos 8:11)
Todos me conocerán
“La verdad no es un conocimiento al que damos nuestro asentimiento intelectual, sino un encuentro y una relación entre personas”
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