El Antiguo Testamento distinguía entre animales puros y animales impuros. Los primeros eran aptos para el ritual sacrificial y el consumo, mientras que los segundos no, transmitiendo la idea de la pureza y la santidad de Dios que requiere condiciones y conductos regulares del mismo orden para tener acceso a Él. En el Nuevo Testamento y dado que el ritual sacrificial del Antiguo Testamento ya no es necesario en virtud del sacrificio de Cristo al que todo este ritual apuntaba y en el cual se cumple, por tanto, de manera perfecta y definitiva todo lo que ese ritual tan sólo anunciaba; lo único que queda en pie al respecto es la prohibición del consumo de la carne de animales utilizados en los rituales sacrificiales de los paganos ofrecidos a los ídolos ꟷy únicamente en el caso de que alguien declarara que así había sidoꟷ, junto con la de animales que conserven su sangre, pues la prohibición del consumo de sangre sigue vigente en la iglesia, como se estableció en el Concilio de Jerusalén: “Nos pareció bien al Espíritu Santo y a nosotros no imponerles a ustedes ninguna carga aparte de… abstenerse de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de la carne de animales estrangulados y de la inmoralidad sexual…” (Hechos 15:28-29). Por lo demás y a menos que alguien declare expresamente que ha sido sacrificado a los ídolos: “Coman de todo lo que se vende en la carnicería, sin preguntar nada por motivos de conciencia” (1 Corintios 10:25), pues en último término: “Todo lo que Dios ha creado es bueno, y nada es despreciable si se recibe con acción de gracias, porque la palabra de Dios y la oración lo santifican” (1 Timoteo 4:4-5)
Deja tu comentario