La doctrina de la seguridad de la salvación a la que hemos hecho repetida referencia, resumida en el lema que dice: “una vez salvo, siempre salvo”, debe enfrentar el problema de la apostasía, es decir el acto por el cual alguien niega, renuncia y abjura de la fe religiosa a la que ha pertenecido, caso en el que habría que considerar la pérdida de la salvación por parte del apóstata de turno. Quienes defienden la seguridad de la salvación explican estos casos diciendo que si el apóstata abandona la fe y pierde de este modo la salvación, es porque en realidad nunca ha sido salvo, a pesar de que las apariencias externas así parecieran indicarlo de manera engañosa. Quienes afirman la posibilidad de perder la salvación, utilizan a los apóstatas como ilustrativo caso de prueba, afirmando que estos personajes serían, por el contrario, individuos que han sido realmente salvos, pero que, por cuenta de su abandono intencional, consciente y culpable de la fe han terminado perdiendo la salvación de la que en el pasado disfrutaron. El problema con ambos planteamientos es que nosotros sólo podemos ver momentos en el tiempo, mientras que Dios ve y anticipa todos los momentos en la vida de una persona, de modo que alguien que apostata de su fe en un momento dado, si es verdaderamente salvo, podría muy bien volver finalmente a ella antes del término de su vida. Sea como fuere, la apostasía es una realidad sobre la que la Biblia nos advierte: “El Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos abandonarán la fe para seguir a inspiraciones engañosas y doctrinas diabólicas” (1 Timoteo 4:1)
La apostasía
“La Biblia afirma que no todos los que están, son, pues los apóstatas están por un tiempo en la iglesia sin ser parte de ella”
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