“Conócete a tí mismo” es una de las frases más populares y citadas de Sócrates, que él tomó del pórtico del Oráculo de Delfos. Y el conocimiento de nosotros mismos es tan crucial en el marco de la fe que Juan Calvino inició su obra magna Institución de la religión cristiana diciendo: “Casi toda la suma de nuestra sabiduría… consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo”. Y esto es así debido a que ambos conocimientos están tan entrelazados que: “no es cosa fácil distinguir cuál precede y origina al otro”. Pero, independiente de cuál sea la causa y cuál el efecto, Calvino añade: “nadie se puede contemplar a sí mismo sin que al momento se sienta impulsado a la consideración de Dios, en el cual vive y se mueve”. Más exactamente, concluye Calvino: “es cosa evidente que el hombre nunca jamás llega al conocimiento de sí mismo, si primero no contempla el rostro de Dios y, después… desciende a considerarse a sí mismo”. Así, pues, este conocimiento de nosotros mismos incluye invariablemente la toma de conciencia de las perfecciones morales de Dios que la Biblia llama “santidad” y de las imperfecciones humanas que la Biblia llama “pecado”, conocimiento imprescindible para cultivar la humildad y la fortaleza necesarias para rendirnos a Dios y ejercer, con el concurso de Su Espíritu, el dominio propio sobre nuestras inclinaciones pecaminosas, tal como se nos exhorta a hacerlo repetidamente en las Escrituras: “Por eso, dispónganse para actuar con inteligencia; tengan dominio propio…” (1 Pedro 1:13)
Tengan dominio propio
“Sólo quien se conoce a sí mismo con todas sus grandezas y miserias podrá ejercer el dominio propio con humildad como Dios manda”
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