En el Antiguo Testamento Dios estableció un lugar de adoración por excelencia: “»Cuando ofrezcas holocaustos, cuídate de no hacerlo en el lugar que te plazca. Los ofrecerás solo en el lugar que el Señor elija en una de tus tribus, y allí harás todo lo que yo te ordeno” (Deuteronomio 12:13-14). Lugar que se concretó en su momento en el templo de Jerusalén. Pero a partir de Cristo, en el Nuevo Testamento la adoración a Dios no está ligada a ningún lugar particular, sino que se lleva a cabo “en espíritu y en verdad” (Juan 4:24). Es debido a esto que el teólogo Paul Tillich afirmó el carácter sacramental de todo lo que existe, es decir que todo lo que existe y que podemos tocar y ver a nuestro alrededor en la naturaleza y en el universo entero, bajo ciertas condiciones, deja de ser opaco ꟷes decir que no se ve nada a través de elloꟷ y se vuelve hasta cierto punto “traslúcido”, puesto que tiene el potencial de conectarnos con Dios y permitirnos “verlo” en el fondo de todo lo que existe, pero nunca con una claridad tal que lo podamos ver tal como Él es y disipe toda duda o cuestionamiento en relación con Él. Pablo hacía referencia al carácter imperfecto o traslúcido de la visión actual que tenemos de todo -incluyendo, por supuesto, a Dios como su creador, sustentador y redentor- al sostener que: “Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo”, por contraste con el momento en que veremos “cara a cara” (1 Corintios 13:12) y sin las imperfecciones u “opacidades” inconvenientes que nuestra visión espiritual padece en el presente, haciendo por lo pronto necesaria la fe
Solo en el lugar que el Señor elija
““En el Nuevo Testamento ya no existe un único lugar de adoración porque en el evangelio Dios consagra a la creación entera para conectarnos con Él”
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