La funcionalidad de la naturaleza manifiesta la existencia de leyes en ella que rigen su funcionamiento, desde las leyes de la física que operan al nivel de la materia y la energía en sus niveles más básicos con una precisión matemática, pasando por las de la química que determinan los enlaces y las formas particulares que la materia adquiere, hasta las que rigen el funcionamiento de la vida en todas sus formas, punto en el cual estas leyes dejan más espacio a la indeterminación y a la actuación de la voluntad de los seres vivos y en particular a la voluntad humana en lo que conocemos como libre albedrío. Esta funcionalidad es siempre ꟷde manera directa o indirecta y sin perjuicio de los rangos en que opera la indeterminación, desde la física cuántica hasta la voluntad humanaꟷ, un resultado de la labor sustentadora de Dios operando en la naturaleza, como se lo reveló Dios a Su pueblo cuando se hallaban listos a entrar en la tierra prometida: “En cambio, la tierra que van a poseer es tierra de montañas y de valles, regada por la lluvia del cielo. El Señor su Dios es quien la cuida; los ojos del Señor su Dios están sobre ella todo el año, de principio a fin” (Deuteronomio 11:11-12). Y tiene que ser así, pues la existencia de leyes que rigen el comportamiento de todo lo que existe y que, una vez descubiertas por la ciencia, nos permiten predecir en gran medida el curso de los acontecimientos, apuntan a una inteligencia superior detrás de ellas que las diseñó de este modo, pues las leyes no pueden explicarse por sí mismas sin referencia a Dios, el Legislador que se encuentra detrás de ellas
Lo sustenta y lo cuida
“Dios no sólo ha creado todo lo que existe, sino que lo sustenta y lo cuida todo el tiempo de tal modo que se mantiene funcional a pesar del pecado”
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