Justo luego de que el rey Ezequías llevó a cabo algunas de las más importantes y elogiosas reformas emprendidas durante su reinado, el inspirado cronista nos informa que: “Después de semejante muestra de fidelidad por parte de Ezequías, Senaquerib, rey de Asiria, marchó contra Judá y sitió las ciudades fortificadas, dispuesto a conquistarlas” (2 Crónicas 32:1). Por momentos, puede parecer desconcertante y contradictorio que, justo después de tales manifestaciones de fidelidad y devoción a Dios como las emprendidas por este rey al frente del pueblo, se levante tal amenaza y oposición del enemigo en su contra, como si hubiera perdido el favor de Dios, en la medida en que Él ciertamente podría haber intervenido para sofocar esta amenaza antes de que siquiera se presentara. Pero cuando lo analizamos con detenimiento, este episodio nos revela que cuando renovamos y reforzamos con resolución nuestros compromisos con Dios, enfurecemos a los enemigos de nuestras almas que buscan cualquier medio para arrojar agua fría a nuestro renovado fervor por la causa de Dios, haciendo las veces de aguafiestas. Y si Dios permite que iniciativas como éstas prosperen en nuestra contra, es porque sabe que, en virtud de nuestro compromiso renovado y Su buena disposición hacia nosotros, estamos en condiciones de resistirlas sin ceder a ellas, mediante la voluntad decidida para tomar las medidas más sabias a nuestro alcance para sortear la amenaza, como lo hizo Ezequías, y apelar a Dios con la certeza de que Él nos librará finalmente, como lo hizo en este caso
Sitió las ciudades fortificadas
“Puede ser justo después de que llevamos a cabo las mayores muestras de fidelidad a Dios que debemos enfrentar y superar situaciones exigentes y difíciles”
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