Uno de los engaños que se hallan detrás de la “fe a mi manera” que gana fuerza hoy; es que la intención y la sinceridad es lo que vale, y que si buscamos a Dios con una actitud sincera y una intención correcta, lo encontraremos y Él no tendrá más remedio que aceptarnos. Ciertamente, la intención y la sinceridad son importantes, pero no son suficientes ni son, por sí solas, garantía de nada, como lo presumían los israelitas que adoraban y ofrecían sacrificios a Dios en los múltiples altares establecidos en los “lugares altos” regados por todo el territorio de Israel y en los cuales la adoración a Dios se mezclaba muy fácilmente con la adoración pagana a los ídolos, haciendo a la postre de estos lugares santuarios paganos, situación que la construcción del templo y la centralización del culto en Jerusalén buscaba corregir. Lección que los israelitas del reino del norte no aprendieron cuando, bajo las órdenes de Jeroboán, levantaron dos altares alrededor de dos becerros de oro en el extremo norte y sur del reino, en las ciudades de Dan y Betel, para competir con el culto correcto a Dios ofrecido en Jerusalén, como se lo recordó el rey Abías de Judá a los ejércitos israelitas en vísperas de su confrontación con ellos: “»Nosotros, en cambio, no hemos abandonado al Señor, porque él es nuestro Dios. Los descendientes de Aarón siguen siendo nuestros sacerdotes que sirven al Señor y los levitas son los encargados del culto… Dense cuenta de que nosotros sí mantenemos el culto al Señor nuestro Dios, a quien ustedes han abandonado” (2 Crónicas 13:10-11)
Sí mantenemos el culto a Dios
“La intención de honrar a Dios no es suficiente para ser aprobados por Él, pues para lograrlo debemos hacerlo en sus términos y no en los nuestros”
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