La sexualidad en la Biblia no es condenada, sino por el contrario, ordenada y reglamentada por Dios desde el principio en el vínculo matrimonial monógamo y heterosexual, pues se hallaba implícita en la orden dada a nuestros primeros padres cuando Dios dijo: “«Sean fructíferos y multiplíquense…” (Génesis 1:28), pues el ejercicio activo de la sexualidad entre un hombre y una mujer es la manera natural de hacerlo. El Cantar de los cantares y otras porciones de la Biblia en Proverbios añaden, además, que la función reproductiva no es la única finalidad de la actividad sexual en el matrimonio, sino también el deleite mutuo de la pareja y Pablo así lo confirma en el capítulo 7 de 1 Corintios. Por lo tanto, las restricciones rituales impuestas sobre el pueblo por causa de las secreciones humanas naturales y sanas asociadas al funcionamiento normal de la sexualidad, tales como la emisión de semen en la eyaculación durante la relación sexual por parte del hombre, y la menstruación en el ciclo natural de ovulación y fertilidad de la mujer, tal como las encontramos en la ley: “»Esta ley se aplicará a quien quede impuro por derrame seminal, a la que tenga flujo menstrual, al hombre y a la mujer que tengan relaciones sexuales con eyaculación, y a quien tenga relaciones sexuales con una mujer impura»” (Levítico 15:32-33), no significan una condenación de la sexualidad, sino otro medio gráfico de ilustrar la santidad de Dios y el contraste y separación que ella ofrece con la pecaminosidad humana, simbolizada en estas secreciones, al igual que en las ya mencionadas enfermedades de la piel
Sexualidad, impureza y santidad
"El hecho de que el Antiguo Testamento considere impuras las secreciones corporales genitales, no significa que la sexualidad en sí misma lo sea”.
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