Jesucristo afirmó que Él no vino para abrogar la ley ꟷes decir, para dejarla sin efectoꟷ, sino para cumplirla. Si bien es cierto que en algunas ocasiones Él desestimó las reglamentaciones legales añadidas por las tradiciones rabínicas a los preceptos de la ley, respetó siempre la ley y, con excepción de algunos contados casos en los que cuestionó su cumplimiento por considerar que no honraba el principio bíblico por Él enunciado en cuanto a que: “… El día de descanso se hizo para satisfacer las necesidades de la gente, y no para que la gente satisfaga los requisitos del día de descanso” (Marcos 2:27 NTV), siempre instó a su cumplimiento. Como, por ejemplo, cuando, para sanar a 10 enfermos de lepra los envío a los sacerdotes de modo que se sanaron en camino a ellos, honrando así el papel exclusivo que los sacerdotes desempeñaban en la ley para diagnosticar la curación de la lepra y llevar a cabo los ritos de purificación que debían seguir a este diagnóstico, para poder declararlos limpios, según se lee en Levítico: “El sacerdote derramará sobre la cabeza del que se purifica el aceite que le quede en la mano. De este modo celebrará ante el Señor el rito de propiciación por él” (Levítico 14:18). Con todo, los sacerdotes no valoraron el gesto de reconocimiento que el Señor les brindó y en vez de identificarlo como el Mesías prometido ꟷcomo deberían haberlo hecho a la luz de todas las señales y demostraciones que Cristo llevó a cabo, conforme a las profecíasꟷ, levantaron oposición contra Él y jugaron un papel decisivo en su crucifixión para aferrarse a privilegios que al final no pudieron de todos modos conservar
Jesús y los sacerdotes
"Aunque los sacerdotes de su tiempo no lo reconocieron y fueron hostiles a Él, Cristo sí los honró y reconoció conforme a lo establecido en la ley”
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