La elección de Abraham por parte de Dios marcó un punto de inflexión por medio del cual la promesa del llamado “protoevangelio” de Génesis 3:15 en el sentido de poner enemistad entre la serpiente y la mujer y entre sus respectivas descendencias, al punto que la descendencia de la mujer aplastaría la cabeza de la serpiente, deja de ser una promesa genérica cuyo cumplimiento se alcanzaría a través de una descendencia de Eva indeterminada, pues con la elección de Abraham queda claro que todas las demás naciones y pueblos quedan excluidos y a partir de él comienza un estrechamiento, cual embudo, en el alcance de esta promesa que desemboca en Cristo como su culminante y concluyente vértice, a partir del cual, a su vez, la promesa se comienza a abrir y ampliar cada vez más en el tiempo hasta alcanzar a todos los pueblos de la tierra sin restricción alguna en el evangelio. La limitación inicial de la promesa al pueblo de Israel con exclusividad no es, pues, definitiva, sino provisional y tenía como propósito formar y preparar al pueblo por medio del cual la promesa del mesías tendría cumplimiento, sin olvidar el anuncio hecho por Dios al patriarca de que, al final, por medio de él serían bendecidas en su momento todas las familias de la tierra: “El Señor le dijo a Abram: «Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré. »Haré de ti una nación grande, y te bendeciré; haré famoso tu nombre, y serás una bendición. Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán bendecidas todas las familias de la tierra!»” (Génesis 12:1-3)
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