Melquisedec es un personaje ilustre y enigmático del Antiguo Testamento, identificado en su momento como rey de Salén, de la raíz que significa paz, y además como sacerdote del Dios altísimo. Tan ilustre que Abraham le entregó los diezmos de todo luego de que: “… Melquisedec, rey de Salén y sacerdote del Dios altísimo, le ofreció pan y vino” (Génesis 14:18) y lo bendijo. Posteriormente, el salmo 110 referido al mesías venidero encarnado siglos después en la persona de Cristo, dice que el mesías sería: “… sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec” (Salmo 110:4), salmo que cobra tal importancia que es uno de los más citados en el Nuevo, unas 30 veces de manera directa e indirecta. Y la epístola de los Hebreos cita en 11 ocasiones la referencia a Melquisedec que encontramos en Genesis y en este salmo para explicarnos por qué el sacerdocio de Cristo tenía que ser de un orden diferente al sacerdocio levítico tradicional establecido para Aarón y sus descendientes, quienes lo heredaban sucesivamente de generación en generación, y por qué era también superior a éste, no sólo en cuanto a su mayor antigüedad, sino en cuanto a su eficacia definitiva, al punto de no requerir de sucesores que lo revaliden generación tras generación, como el sacerdocio imperfecto de Aarón, sino que mantiene su vigencia de una vez y para siempre por toda la eternidad en vista de su insuperable perfección. Por todo esto, en esta epístola se nos anima con estas palabras, en medio de las dificultades: “… fijen su atención en Jesús, el apóstol y sumo sacerdote de la fe que confesamos” (Hebreos 3:1)
Fijen su atención en Jesús
“El sacerdocio de Cristo a nuestro favor mantiene siempre su vigencia y eficacia, pues es de un orden diferente, anterior y superior al de Aarón”
Deja tu comentario