En Babel, la creciente humanidad posdiluviana decidió construir “una ciudad con una torre que llegue hasta el cielo” para, de ese modo, hacerse famosos y evitar “ser dispersados por toda la tierra” (Génesis 11:4), en abierto desafío a Dios y a su instrucción original de ser fructíferos y multiplicarse y llenar y poblar toda la tierra. Por eso Dios, a su vez, tomó la siguiente decisión: “Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos»…” (Génesis 11:7), frustrando de este modo su propósito que quedó, por tanto, inconcluso y obligándolos así a extenderse sobre la tierra después del diluvio, conforme a la distribución de los pueblos recogida en el capítulo 10 del Génesis: “Estos son los clanes de los hijos de Noé, según sus genealogías y sus naciones. A partir de estos clanes, las naciones se extendieron sobre la tierra después del diluvio” (Génesis 10:32). Pero en Pentecostés, gracias al evangelio y las dinámicas sobrenaturales del Espíritu Santo en la iglesia, vemos un sorprendente fenómeno contrario, pues: “Al oír aquel bullicio, se agolparon y quedaron todos pasmados porque cada uno los escuchaba hablar en su propio idioma… ¡todos por igual los oímos proclamar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios!»” (Hechos 2:6, 11). Dios en cierto modo unificó en Pentecostés los para entonces ya muy diversos lenguajes humanos, para que todos pudieran escuchar y comprender las maravillas de Dios en el evangelio y éste pudiera finalmente alcanzar los confines de la tierra, uniendo en él a los diversos grupos humanos en la iglesia de Cristo
Babel y pentecostés
“En Babel Dios castigó el orgullo humano mediante la confusión de las lenguas, pero en Pentecostés restauró el entendimiento en el evangelio”
Deja tu comentario