La vida humana, breve y limitada en el tiempo bajo las actuales condiciones de la existencia, está caracterizada por etapas más productivas que otras, siendo la edad adulta, posterior a la niñez y la adolescencia y anterior a la vejez, el rango de tiempo en que nuestro trabajo puede ser más productivo, por razones obvias. Sin embargo, sin perjuicio del desgaste y la merma en las fuerzas y la energía de las personas ya entradas en la edad madura que justifican la jubilación formal de su trabajo habitual, lo cierto es que en el evangelio nunca nos jubilamos de dar testimonio de nuestra fe hasta el último aliento de vida, como en el caso de Samuel, quien al hacer el relevo en el gobierno de Israel a Saúl, el primero de los reyes, procedió de la siguiente manera: “Samuel insistió: ꟷ¡Que el Señor y su ungido sean hoy testigos de que ustedes no me han hallado culpable de nada! ꟷ¡Él es testigo! ꟷfue la respuesta del pueblo… En cuanto a mí, que el Señor me libre de pecar contra él dejando de orar por ustedes. Yo seguiré enseñándoles el camino bueno y recto. Pero los exhorto a temer al Señor y a servirle fielmente y de todo corazón, recordando los grandes beneficios que él ha hecho en favor de ustedes” (1 Samuel 12:5, 23-24). Así, pues, ya sea formal o informalmente, oficialmente jubilados o no, los cristianos estamos llamados a perseverar en la oración en general ꟷy en la oración intercesora en particularꟷ hasta la muerte, así como en la exhortación y enseñanza del temor de Dios y del camino bueno y recto a las generaciones más jóvenes, con el ejemplo y la instrucción
Seguiré enseñándoles el camino bueno
"Debemos seguir respondiendo y cumpliendo con nuestros deberes, llamados y vocaciones hasta el final de nuestras vidas en lo que de nosotros dependa”
Deja tu comentario