En la rivalidad tradicional entre filisteos e israelitas la Biblia nos revela un hecho significativo: “En todo el territorio de Israel no había un solo herrero, pues los filisteos no permitían que los hebreos se forjaran espadas y lanzas. Por tanto, todo Israel dependía de los filisteos para que les afilaran los arados, los azadones, las hachas y las hoces” (1 Samuel 13:19-20). En efecto, los filisteos se aseguraron de mantener el monopolio de la región sobre el oficio de la herrería que era para entonces la industria militar de la época. De esa manera lograrían mantener su yugo sobre los israelitas, carentes de armas adecuadas para enfrentarlos y librarse así de su dominio. En la batalla de la fe sucede algo similar, pues si bien la conversión a Cristo hace de nosotros soldados al servicio de la causa de Dios, y pone a nuestra disposición un arsenal de armas espirituales para librar esta batalla con la ventaja que estar del lado de Dios nos confiere, el enemigo utiliza como estrategia contra los creyentes fomentar entre ellos la ignorancia sobre el arsenal a su disposición y la consecuente falta de experiencia en el uso de él. Así, pues, una de las responsabilidades del discipulado cristiano es instruir y entrenar a la iglesia sobre todo esto: “pues aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas. Destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que obedezca a Cristo” (2 Corintios 10:3-5)
No había un solo herrero
"En la guerra no basta tener un ejército bien dispuesto, valiente y organizado, sino que es fundamental también tener armas adecuadas y saberlas usar”
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